The Mexican War/La Guerra de Intervención

The Mexican War. Episode 21. Los Soldados Irlandeses, 3a. Parte

November 20, 2020 Cesar N Madrigal Season 2 Episode 21
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The Mexican War. Episode 21. Los Soldados Irlandeses, 3a. Parte
Nov 20, 2020 Season 2 Episode 21
Cesar N Madrigal

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Desertores, traidores y heroes; así se les reconocía a un grupo de católicos irlandeses y alemanes, los cuales dejaban las filas del ejército estadunidense para ingresar a las filas del ejército mexicano, el cual se preparaba para defenderse de la invasión planeada por James K. Polk.

Esta banda de irlandeses crearon un grupo de artillería en el ejército mexicano, el cual se le reconoció como El Batatllón de San Patricio.

Considerados traidores por las huestes de Winfiedl Scott, fueron sentenciados a la horca después del fin de la guerra, pero por el lado mexicano, se les comenzó a considerar como héroes.

Aquí, el tercer y último capítulo de su historia . . .

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Desertores, traidores y heroes; así se les reconocía a un grupo de católicos irlandeses y alemanes, los cuales dejaban las filas del ejército estadunidense para ingresar a las filas del ejército mexicano, el cual se preparaba para defenderse de la invasión planeada por James K. Polk.

Esta banda de irlandeses crearon un grupo de artillería en el ejército mexicano, el cual se le reconoció como El Batatllón de San Patricio.

Considerados traidores por las huestes de Winfiedl Scott, fueron sentenciados a la horca después del fin de la guerra, pero por el lado mexicano, se les comenzó a considerar como héroes.

Aquí, el tercer y último capítulo de su historia . . .

The Mexican War/La Guerra de Intervención

Episodio 23

Los Soldados Irlandeses, 3ª Parte

Cesar N Madrigal Loza

Octubre 26, 2020

A MIS AMIGOS Y PAISANOS EN EL EJÉRCITO DE LOS ESTADOS UNIDOS

El Presidente de esta República, quien está en espera de favorecer a los extranjeros en el ejército americano, a través de un sentimiento digno de su alta posición militar y civil, y la más sincera amistad hacia los ciudadanos de otros países, que unidos a los Estados Unidos se han comprometido tontamente en esta guerra imprudente y profana, una vez más les ofrece su mano y los invita, en nombre de la religión que profesan, a que retiren sus manos de la matanza de la que es víctima esta nación cuyos pensamientos y actos nunca los lastimaron a ustedes o a los suyos. ¡Mis paisanos irlandeses!  Me dirijo a ustedes pues conozco su postura respecto al tema.  Por la caballerosidad por la que se les conoce, por el amor a la libertad por la que nuestro país tanto lucha, por la religión sagrada que hemos profesado durante épocas, les pido que abandonen la vida de mercenarios esclavizados por una nación que, incluso, en sus momentos de victoria, los trata con afrenta e ignominia.  ¿Para beneficio de quién luchan? Para gente que, en la cara del mundo entero, pisoteó los altares sagrados de nuestra religión, incendió el santuario dedicado a la Santa Virgen, y aun cuando alardea de tener libertad civil y religiosa, pisotea con indiferencia todo lo relacionado con los sentimientos más queridos de nuestro país… –John Riley, Capitán.  Batallón de San Patricio, Ejército Mexicano.” Hogan, Michael. MOLLY MALONE Y LOS SAN PATRICIOS (Spanish Edition). Kindle Edition. 

John Riley escribía esta carta a sus paisanos irlandeses, los cuales todavía pertenecían al ejército norteamericano, a momentos del comienzo de la guerra en contra de México. Con estas líneas, el ya capitán de artillería del ejército mexicano exaltaba una súplica a sus connacionales a que abandonaran las filas del ejército protestante e invasor, y que se unieran a la defensa de un país amigo y católico como el de ellos. Las similitudes entre México e Irlanda, de acuerdo con Riley y muchos más de los otros irlandeses, eran numerosas y bastante similares. Los dos países peleaban en contra de un país protestante, y aun contando con un sinnúmero de limitaciones, los dos pueblos estaban dispuestos a morir luchando que a entregar su patria a un ejército protestante y abusivo. Fue así como cientos de emigrantes, católicos en su mayoría, comenzaban a desertar de las filas del ejército estadunidense hacia el bando mexicano.

Prontamente, Riley aportaba su vasta experiencia militar a las filas de artilleros del ejército mexicano. Organizaba a sus compatriotas, que comenzaban a desertar, incrustándolos en una compañía de artilleros, aunque esta contaba con mucha limitación de armamento. La reconocida legión extranjera muy pronto seria bautizada como el Batallón de San Patricio. En las batallas de Monterrey, Buena Vista y Cerro Gordo, Riley y sus hombres azotaban con lances de artillería a sus antiguos oficiales y ex-compañeros de armas. Un soldado americano, tiempo después, detallaba que “Riley era el mejor artillero de su época, y nosotros sufrimos en gran medida como resultado” (Stevens, 2020). A mediados de agosto de 1847, los regimientos del General Winfield Scott permanecían a solamente 16 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, preparados para el final asalto a los umbrales de lo que había sido territorio azteca y dominio total de su emperador Moctezuma. 

Riley, el cual ya contaba con el rango de comandante, había asistido en preparar una papeleta con intenciones de dirigírsela a sus compatriotas que aún permanecían al lado norteamericano, con contenido patriótico, religioso y emblemático de lo que él le llamaba, “entrañables lazos religiosos comunes ahondado con nuestra tradicional afinidad con otras naciones católicas hispanoparlante” (Stevens, 2020). El folleto de propaganda nunca pudo ser enviado por Riley. El 20 de agosto de 1847, Riley y los San Patricios, los cuales enumeraban entre 204 y 220, de los cuales 142 eran irlandeses, defendían un fortificado monasterio en Churubusco. Sabían con certeza de que, si eran capturados por los estadunidenses, significaría el ser enviados al patíbulo.

 El Batallón de San Patricio peleaba con dureza en contra de sus antiguos compañeros de armas. Tres veces, la bandera blanca de tregua era ondeada y las tres veces era retirada por los valientes San Patricios. Lastimosamente para el regimiento mexicano que defendía el monasterio, las municiones enviados con anterioridad a ellos, no era la adecuada lo que propició a que se efectuaran sangrientos combates de mano-a-mano, de los cuales, los americanos salían victoriosos. La pronta intervención de un oficial estadunidense evitó la posible ejecución de 85 San Patricios capturados, de los que incluía al mal herido John Riley. 

Setenta y dos de los capturados enfrentaban a una corte marcial. Scott investiga cada uno de los casos, dictaminando que, cincuenta de los acusados enfrentarían la pena de muerte. La ejecución mas deseada por los soldados norteamericanos era la de John Riley, los cuales consideraban que la mayoría de las deserciones habían sido como resultado de las maniobras efectuadas por él. Para la sorpresa del ejército estadunidense, Scott disminuía la sentencia de Riley a ser azotado y herrado. El general al mando del ejército invasor declaraba que, como resultado de haber desertado antes del comienzo de las hostilidades, los Artículos de Guerra de la penalidad más severa no aplicaban para Riley, y solo recibiría la sentencia más leve permitida. 

El veredicto provocaba indignidad y escándalo entre las filas del ejército. Insinuaban que era menos doloroso el otorgarle el perdón a cualquier otro de los desertores, pero que Riley merecía el castigo de la horca por haber sido el precursor y orquestador de todas esas fugas. Pero a pesar del descontento general, Scott no cambiaba de opinión en el caso Riley. 

El diez de septiembre de 1847, Riley y seis prisioneros más eran despojados de sus ropas hasta la cintura y atados a árboles que rodeaban la plaza de San Jacinto. Prontamente después, hombres con látigos en mano le proporcionaban cincuenta latigazos a cada uno de ellos, aunque Riley recibía 59 en total como resultado de la equivocación del oficial a cargo, en contarlos apropiadamente. Uno de los testigos presentes relataba, tiempo después, su asombro de no haber visto que “perecieran después de haber recibido tan devastador castigo.” El capitán, de apellido Davis, describía que, “las espaldas de los prisioneros tenían la apariencia de un pedazo de carne cruda recién cortado de un animal; la sangre reventaba de las venas después de cada latigazo recibido” (Stevens, 2020).

Los enjuiciados recibían su segundo castigo inmediatamente después de los latigazos. Cada desertor era marcado con una “D” en su mejilla, aplicándole un hierro hirviente. El herrero que le correspondía a Riley cometía un error al marcarle la “D” inversa, y al darse cuenta el oficial a cargo, le ordenaba al herrero a aplicársela una vez más (en la otra mejilla) correctamente. Al término de los castigos, dieciséis San Patricios más eran colgados en patíbulos construidos que contaban con doce metros de altura. Después de enterrar a los ejecutados, los restantes prisioneros eran enviados a prisión. Durante su marcha, se escuchaban notas de cánticos irlandeses, típicamente empleados cuando se trasladaban prisioneros de un lugar a otro. En esta ocasión, eran usados para señalar a los desertores. 

Cuatro más San Patricios eran colgados en un árbol en Mixcoac el 13 de septiembre de 1847.  La ejecución de los últimos treinta restantes resultaría en la más dramática de todas las escenas de la guerra. El mismo día, en una colina situada a las afueras de Mixcoac, el coronel de dragones, William S Henry, un hombre de personalidad sádica, acarreaba a los prisioneros condenados a que observaran la cruel y dura batalla que se desarrollaba a los alrededores del Palacio de Chapultepec. El coronel había decidido el no consumar la condena de pena de muerte hasta que la bandera de las barras y las estrellas fuera elevada en el mástil del Palacio por las fuerzas estadunidenses vencedoras. Cuando el ejército norteamericano finalmente capturaba el castillo, la culminación de la sentencia de horca se efectuaba. Los treinta condenados finalmente comenzaban a efectuar la temible danza de la muerte al ser colgados de los peldaños del patíbulo. 

La guerra finalmente concluyó con la firma del tratado Guadalupe Hidalgo efectuado el dos de febrero de 1848. John Riley y los restantes San Patricios eran finalmente liberados. Riley regresaría al ejército mexicano donde le esperaba una promoción de grado a coronel. El nuevo coronel exclamaría tiempo después del fin de la guerra, “tuve el honor de haber peleado en todas las batallas que México peleó en contra de los Estados Unidos, y como resultado de mi excelente conducta y ardua lucha, he podido obtener el rango de coronel” (Stevens, 2020). 

En el ala principal de la Cámara de Diputados de México, el nombre del heroico Batallón de San Patricio está incrustado en letras de oro, justamente al lado de muchos de los reconocidos héroes mexicanos. Tradicionalmente, ceremonias que conmemoran a los caídos en la guerra, son efectuadas por altos dignatarios de los gobiernos de México e Irlanda, propiamente en los lugares donde ocurrieron los hechos, cada 17 de marzo.  Mientras que los altos rangos y demás miembros del ejército estadunidense consideraban a los miembros del Batallón como traidores, la nación mexicana desde entonces, y hasta la fecha, continúa recordando su labor y el mayor sacrificio otorgado a la nación mexicana, considerándolos como héroes. 

Alejados de su tierra natal, cruzaron el Atlántico en busca de una mejor vida, huyendo de la hambruna y de las persecuciones políticas y religiosas que experimentaban en la isla irlandés. Fueron rechazados y abusados por unos sectores de la sociedad norteamericana del siglo XIX, encontrando un lugar y oportunidad en el ejército norteamericano, justo antes del comienzo de la guerra en contra de México. Los rechazos y abusos continuaban y al realizar que la agresión bélica iba a ser efectuada en contra de un país católico, deciden por abandonar las filas de la armada anglosajona y agregar sus nombres en la memoria de los mexicanos. 

Nosotros somos los San Patricios, una airosa y valiente banda

nunca se ondeará una bandera de tregua

 en los rangos de este comando vestido de verde.

Somos los San Patricios, contamos solamente con un requisito:

el poder ver a los Yanquis mudarse al otro lado del Río Grande.

 

En la batalla de Churubusco, 

 caímos en manos de los Yanquis.

No obtuvimos justicia alguna,

en tierra del tío Sam.

 

Designados como traidores y desertores,

seriamos todos colgados o fusilados

lejos de nuestra verde, verde costa del trébol

al otro lado del Río Grande.

 

Cuando desaparezcamos de la historia

como pisadas en la tierra

nuestra canción será como la hierba rodadora

y nuestra sangre permanecerá en esta tierra.

 

Si con la ayuda de la luz de la luna en el desierto

observas a una banda nómada y errante

somos nosotros, hombres que perecimos luchando por la libertad

al otro lado del rio Grande.

(Chieftains, 2010)


Bibliography


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