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Capítulo I - Aventuras de una becaria en Nokia - audiolibro "Alegría Natural" por Esther Lojo Escalante

Esther Lojo Escalante - elOe Season 3 Episode 2

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Hola comunidad de Alegría Natural. Es hora de compartir este camino...con quien necesite escucharlo, no con sólo con quien puede. Espero que estas palabras te acompañen para que te animen a ser valiente y compasivo. Puede que sea una fórmula socorrida para transformar lo que nos sucede en lo que nos transforma. 

En este primer capítulo despegamos hacia un horizonte incierto. Una adolescente a punto de chocar contra la realidad de otra cultura. Cruzando el gran charco a nado metafórico, ante un mundo emocionalmente cargado de tensión histórica; como pasa en la mayoría de las culturas de la Humanidad,

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Capítulo 1. Aventuras de una becaria en Nokia. Pide saber qué naces para hacer. Sigue la brújula de la alegría. Bárbara Marx Hubbard. Estudiando en el sur profundo de los Estados Unidos. El año 1999 empezó una parte de mi vida tan compleja como apasionante que marcaría mi evolución posterior y en la que continuaría lo que ha sido una constante en mi vida, la navegación entre culturas. Y es que ese año viajé a los Estados Unidos a estudiar el último curso de bachillerato. Hacer esto fue fruto de mi cabezonería porque desde los 14 años estaba pidiendo a mis padres ir a aprender inglés al extranjero. Algo me decía que era una cuestión muy importante poder comunicarme en este idioma y aunque comencé a ir a clases particulares para mejorar mi nivel, me di cuenta de que tardaría años en poder hablar, leer y escribir fluidamente. Mis padres no estaban muy convencidos con esta idea. Además, el resto de la familia también les transmitían sus miedos por ser yo la más pequeña de trece primos. Pero yo persistía. Llegué a pedirles que no me hicieran ningún regalo si eso facilitaba que se cumpliese mi sueño. Vitoria-Gasteiz, la ciudad donde nací y capital de Euskadi, se me había quedado pequeña. Y ante mi perseverancia, finalmente, accedieron a hacer de catapulta para que su hija pequeña pudiese volar por primera vez, y no solo me refiero a despegar montada en un avión. Tanto mi padre como mi madre vienen de familias muy humildes, gente del campo, como se suele llamar a aquellos que se dedican a comprender y adaptarse continuamente a la naturaleza. Labriegos y pastores que emigraron a Euskadi buscan una vida menos dura y más valorada socialmente. Sin ni siquiera el graduado escolar, fueron capaces de montar sus respectivos negocios y gracias a su espíritu emprendedor y trabajo duro pudieron brindarme la oportunidad de estudiar, algo que ellos no pudieron hacer, no por falta de capacidad o ganas. Así que, un par de años después, ya estaba preparando mi maleta para mi primera gran aventura en tierras lejanas. Uno podía elegir a qué localidad quería ir a estudiar o con qué tipo de familia quería vivir. La mayoría de los compañeros del programa de intercambio al que me apunté y que conocí poco antes de comenzar mi periplo por territorio estadounidense, se inclinaron por la primera opción y eligieron zonas cosmopolitas como Seattle. Pero por aquel entonces yo, que apenas comenzaba a montar a caballo, solo pedí ir a algún lugar donde pudiera seguir practicando una pasión que heredé de mi abuelo materno y mi madre, ambos experimentados jinetes y cuidadores de estos fieles compañeros de fatigas y alegrías. Esa afinidad con estos majestuosos animales, con su sensibilidad, su potencia y capacidad de trabajo, me dirigió por un camino muy diferente al de los otros estudiantes. Más difícil, pero también más enriquecedor. Debido a lo visto en tramas peliculeras, yo esperaba ser elegida por una familia en algún lugar como San Francisco. Pero esa ciudad no es un buen sitio para un amante de la cultura ecuestre, por lo que fui a parar a un pueblecito sudista situado en medio de la nada y llamado Blackshear, en el estado de Georgia. Ahora no lo es tanto, pero por aquellos tiempos aún existía una profunda segregación racial, no ya en lo que se podía ver en la superficie, sino más bien en lo emocional y mental. Este pueblo forma parte de lo que se llama el cinturón de la Biblia, por lo que era una costumbre de la comunidad acudir a la iglesia a diario. Me sorprendió la cantidad de instituciones cristianas que había, cada una con su propio conjunto de creencias y prácticas. Viniendo de un país como España, católico declarado, me chocó que cada comunidad pertenecía a un culto diferente y que todos se respetasen, aunque muchos creyesen que todos los demás irían al infierno por seguir otras liturgias. La familia que me eligió era una joven pareja que residía en una casita de madera azul en medio de la naturaleza, muy cerca del parque natural Okifenoki, una larga extensión de terreno pantanoso protegido donde habitaban enormes caimanes y mosquitos no tan grandes en tamaño, pero igualmente feroces. La vivienda estaba rodeada de árboles y la hierba espolvoreada con hormigas de fuego pululantes que hacían imposible tumbarse en el exterior sin recibir un ataque contundente por parte de los activos insectos. La razón por la que había llegado allí era que una de las familias vecinas de la zona tenía varios caballos y el dueño había accedido a que pudiera ir a montar cuando quisiera, cosa que hice, aunque tras la primera vez que galopé entre los árboles del bosque que nos rodeaba y literalmente atravesar con mi cabeza telarañas gigantes con arácnidos del tamaño de una mano humana, no me dieron muchas ganas de repetir la excursión. No era muy placentero cabalgar sabiendo que tarde o temprano tendrías que despegarte de la cabeza una pegajosa pelota hecha de seda con un arácnido como hay pájaros dentro. Aunque con la práctica aprendes a agacharte a tiempo, decidí enfocarme en otros menesteres menos enmarañados. El padre de la familia que me acogía, Eddie, era un exmarín que con 35 años ya se había jubilado del ejército y construía pozos para una empresa familiar local. mientras la madre, Kelly, era trabajadora social en un centro para personas con diversidad funcional. Ambos vivían con un gato llamado Raspberry, del que nadie era dueño. Un gato persa, color gris, perla, que vivía en su propio mundo, ignorando a todos menos a su cuidadora. Yo, amante profesa de todo bicho viviente, encontré encantador su desdén hacia todo que no fuese Kelly. Ella era una mujer de fuertes convicciones y profundo acento sureño, procedente de Alabama. Aprendí mucho de ella acompañándola en su trabajo, al salir de clase viendo con qué paciencia y dedicación ayudaba a personas con diversidad cognitiva. Esto me traía gratos recuerdos ya que durante mis años de primaria en el Colegio San Martín de la capital vasca tenía como compañeros de clase a niños y niñas con parálisis cerebral y otras condiciones lo que los hacía más proclives a no juzgar y ser coherentes con sus emociones. Y eso les hacía excelentes compañeros de juegos. Yo solía jugar con ellos antes de entrar a clase por la tarde. Me encantaba ofrecerle una pequeña pelota a Nelson, uno de los niños en silla de ruedas, una y otra vez para tirar a canasta. La mayoría de veces la esfera no entraba por el aro, pero él siempre sonreía. Gran maestro Nelson. O Miquel, que siempre se emocionaba tanto cuando me veía que echaba a correr hasta que se cansaba y volvía cuando se le pasaba el subidón. Esa era su manera de expresar lo que sentía. Siempre me ha atraído tener amigos diversos. Ellos me enseñaron a no tener prejuicios. Magníficos profesores todos. Por otro lado, mi padre de acogida, Eddie, se convirtió instantáneamente en un cómplice de risas y bromas. A ambos nos encantaban los mismos shows de terror y misterio de televisión como The Twilight Zone o jugar durante horas a videojuegos. Un gran hombre en todos los sentidos que me trató como a la hija que nunca tuvo. Me apoyó en los momentos duros y siempre tenía un buen consejo que dar. No recuerdo cuándo exactamente comencé a llamar a aquellos dos extraños mam y dad, pero aún hoy, más de veinte años después, me refiero a ambos como mis padres de Estados Unidos. Hay algunas películas que intentan retratar la vida en el sur, pero no es comparable vivirlo de primera mano. Yo experimenté en carne propia la cultura del cinturón de la Biblia, que es algo de lo que muchos norteamericanos no se sienten orgullosos porque consideran una manera de ser retrógrada y anclada en el pasado. Lo que no explican es la educación y respeto con el que se tratan las personas, o la hospitalidad y los valores familiares que me hicieron sentir parte de una comunidad que desde fuera pudiese parecer segregada. No es fácil sanar de un pasado difícil, y me sentí muy conmovida de ver gestos diariamente de acercamiento y amor entre personas de diferentes tonos de piel o de creencias. Eso no sale en los noticieros, pero son esos pequeños gestos diarios los que hacen evolucionar a una sociedad. Me emocionaba ser la observadora que apreciaba estos pequeños detalles. Lo que más me costó fue adaptarme a la vida de estudiante en el instituto. Lo cierto es que al principio la diversidad en maneras de pensar y actuar que había allí me supuso un fuerte choque cultural y a la vez me inspiró muchísimo ya que, como comentaba, siempre me ha atraído lo diferente. Desde pequeña he tenido curiosidad por aprender de otras costumbres y modos de vivir la vida, así que adopté el moto observar-escuchar. callar y enfocarme en lo que había venido a hacer allí, que era aprender inglés, aunque el resultado final tuviese un profundo acento sureño. Con los años posteriores, viviendo en varios países, este inglés americano se fue mezclando hasta convertirse en un colorido lenguaje, pero me estoy adelantando a la historia. Como te comentaba, con los compañeros de mi edad ya tardé un poco más en encontrar un lugar cómodo en el que ubicarme socialmente, porque yo estaba aterrizando en un ambiente en el que los grupitos ya estaban hechos y encima lo hacía el año del senior year, el de la graduación, en el que se celebran los típicos bailes, fiestas y eventos de despedida de la adolescencia. Así que tenía que reinventarme para no quedarme más aislada y sola que la una. Hoy, volviendo la vista atrás, creo que eso fue uno de los malabares sociales más complicados que he tenido que hacer en la vida, ya que tenía que obviar que yo ya había sido camarera de un local de barrio en mi ciudad natal, niñera para un bebé de tres meses, y solía salir con mis primos y primas mayores, por lo que a mi edad había visto y vivido mucho más que mis coetáneos americanos. Claro está que no comenté nada de esto, ya que hubiera sido una repudiada social si se enteran de que había servido alcohol con 16 años, algo totalmente legal en España, pero abominable desde el punto de vista moral de la parte de Estados Unidos en la que vivía. En España ya hacía años que tenía varios círculos sociales, de Euskadi, mi región natal, Galicia, mi tierra paterna, y Extremadura, mi tierra materna. Estas tres regiones difieren culturalmente y, gracias a aprender a interactuar con cada cultura, ya tenía práctica en maniobrar por diferentes maneras de percibir el mundo. Fui la primera sorprendida cuando me di cuenta de lo mucho que esto me ayudaría en Georgia. Era como inventar un personaje para una película y ceñirme a la historia durante un año. Y no podía permitirme ni una salida del guión. En el centro de secundaria en el que estudiaba se ofrecían muchas actividades extraescolares totalmente gratuitas. Así que me apunté a varias de ellas para ver si lograba hacer amigos. al club de golf, del que enseguida me borré porque me resultaba realmente aburrido, y al equipo de baloncesto con el que ganamos varios campeonatos. No por mi destreza, ya que un pato corriendo tiene más elegancia. Pero bueno, aunque jugué pocos partidos, estuve con mi equipo hasta el final de temporada, entrenando y viajando a otros condados para competir o simplemente animar fervientemente a mis compañeras desde el banquillo. Menos mal que después de ver mis dotes artísticas, ya que siempre me encantó dibujar, me reclutaron para hacer las ilustraciones del yearbook, el anuario de nuestro curso. Seríamos la promoción del 2000.¿Alguien dijo millennials? Lo que más disfrutaba era estar en el equipo de journalism, de periodismo, y también en la clase de ciencias avanzadas. Nuestro profesor, Mr. Harris, era un genio creando experiencias para aprender ciencia. Hicimos cohetes, maquetas de puentes para aplicar nuestras lecciones de física e incluso inventos disparatados. Todo un ejemplo de motivación y creatividad. Mis notas no bajaban del sobresaliente. Después de clase iba a apoyar a nuestro equipo, los Osos, a los partidos de fútbol americano, aunque no tuviese ni pajolera idea de las reglas del juego. También me ponía de pie cada mañana con mi mano en el pecho y recitaba la promesa de lealtad a la bandera de Estados Unidos. Esto sorprendió a todos mis compañeros. Cuando me preguntaron, les expliqué que lo hacía por respeto y por agradecerles que me hubiesen dado la oportunidad de aprender con ellos. También ilustré los murales gigantes de la escuela para uno de los partidos más importantes, el Homecoming Game, y para nuestra ceremonia de graduación, entre otros. Era genial sentirse valorada y útil. Fue así como me convertí en una estudiante senior ejemplar, trabajando y respetando, aunque eso no me hacía parte del grupo. Era simplemente amablemente tolerada». Y en cuanto a aprender inglés, dado que me había enfocado en evolucionar diariamente en vez de hundirme en mis continuos fallos diarios y meteduras de pata con la lengua de Shakespeare, en sentido figurado, a los tres meses ya sabía todo lo que necesitaba para comunicarme fluidamente. Recuerdo la primera vez que conseguí entender una canción en inglés. Se me saltaron las lágrimas de la emoción. Los meses pasaban y cada día había más gastos, por lo que trabajé en lo que tuve oportunidad, como limpiadora para una anciana, dando clases de español a dos jugadores del equipo de fútbol americano y como asistente en la oficina del jefe de Eddy, mi padre de acogida. El senior year es muy costoso y hacía todo lo que podía para no poner toda la carga sobre mis padres. Aunque el dinero que se me pagaba por cada trabajito no llegaba para mucho, Me hacía sentir mejor poder aportar mi granito de arena. La vida transcurría como si estuviese en una realidad paralela. En muchos aspectos, Blackshear era lo contrario a lo que yo conocía, un mundo alternativo del que debía aprender no sólo su forma de hablar, sino sus normas implícitas y sus costumbres no escritas. Era como entrar en un juego a media partida, sin manual de instrucciones y con los ojos vendados. En Estados Unidos, con 16 años, ya se podía conducir, pero el alcohol estaba muy mal visto. Es ilegal hasta los 21 años. En España nos daban a probar pequeñas cantidades de vino en las comidas desde niños, pero en cambio en Georgia no entendían cómo podía vivir tras cumplir los 16 años sin carne de conducir. Una estudiante senior, sin coche, era de gente con poca capacidad económica. En una ocasión, el Club Rotary, una organización humanitaria internacional, me invitó a hablar ante sus miembros acerca de cómo es vivir en España. En esa ocasión sí que pude ser más abierta acerca de cómo había sido mi vida antes de mi llegada a tierras americanas. Era gente que no volvería a ver y que parecía genuinamente interesada por aprender. Por lo demás, vivía dependiente del juicio ajeno. Tenía miedo a que supieran más de mi pasado y de mi cultura. Me sentía como un animal de laboratorio en constante evaluación por parte de mi entorno. No es fácil ser una minoría, sobre todo cuando la mayoría te percibe como tal, y por mucho que intentas encajar, nunca será posible hacerlo ante la rigidez de prejuicios ajenos, una lección que tarden a aprender en la vida. Recuerdo que un día estaba probándome ropa en una tienda de Jacksonville, una ciudad cercana del norte de Florida que solíamos visitar, y en el vestidor de al lado oía hablar español por teléfono. Salí y encontré una mujer que se sorprendió al verme frente a ella mirándola con incredulidad. Terminó la llamada y le pregunté que de dónde era. Ella me dijo que provenía de Barcelona. Le expliqué que yo era una estudiante de intercambio que llevaba meses sin tener contacto con nadie español y que sí le importaba que le diese un abrazo. Imagínate mi cara de desesperación que ella accedió. Noté que para ella fue algo incómodo, pero le abracé como si fuese parte de mi familia. Y le di las gracias. Esta mujer seguramente pensó que era poco lo que hizo por mí, pero ese pequeño gesto me dio fuerza para continuar. Era ya primavera y floreció en mí la esperanza de que algún día sentiría aceptación por lo que en realidad era, una niña llena de curiosidad por conocer y comprender el mundo, sin discriminación ni fronteras. Volviendo a la vida de instituto, aunque era conocida, no se me podía considerar popular por varias razones. Por afinidad al estudio, me integré con un grupo de nerds, los que tenían mejores notas y sabían fehacientemente que no iban a tener votos para ser reyes y reinas del baile de graduación. Para Miss Inry, cada mañana me pasaba a buscar la hija de otra familia vecina, April, que también estudiaba en Pierce County High School. Me llevaba en su coche algo de lo que se me dio a entender que muchos se sentirían avergonzados de dar las pautas sociales. Pero a mí me encantaba hablar con ella por el camino y para ella era una especie de honor llevar al único estudiante senior extranjero que se había atrevido a adentrarse en su mundo. Un mundo que se escondía tras estereotipos y prejuicios y que para el exterior aún se anclaba en historias pasadas desgarradoras y terribles. Como toda mi vida me he sentido un bicho raro, pronto me acostumbré a las constantes miradas de curiosidad y recelo¡Suscríbete al canal! íbamos rotando los alumnos, al ritmo de la campana que marcaba cada final e inicio de asignatura. Estos cambios de ambiente durante las horas lectivas ayudaban a oxigenar nuestro cuerpo y cerebro y también creaban un estimulante caldo de cultivo para el aprendizaje. Eso es en lo que decidí centrarme atención. Aunque hubo momentos muy duros, algunos de discriminación, Preferí dejar el rol de víctima y recordar el daño que se hace al ser cruel hacia otro. Aún así, nadie me vio llorar. Las lágrimas las dejé en el baño, el que solía visitar para tener la privacidad de sucumbir a la soledad que sentía y reenfocarme en mi misión allí. Por todo lo anterior, durante ese tiempo en los Estados Unidos, viví en una burbuja, en algo irreal por miedo a ser juzgada y a someterme a preguntas incómodas. No conseguía conectar realmente con gente de mi edad, y aunque era tolerada entre mis compañeros de clase, era consciente de que no eran realmente amigos míos, sino simpatizantes de esa fachada que yo me había construido para ser aceptada en una cultura que era tan ajena a la que yo conocía. Aunque tras mi estancia en Blackshear, un par de compañeras vinieron a visitarme a España, más que nada para conocer cómo era la vida en parte de la vieja Europa, apenas mantuvo contacto posterior con nadie de esa época. Cuesta mucho esfuerzo mantener una máscara de alguien que no eres. Y por esa razón, al evolucionar, al seguir caminando por la vida, solemos encontrarnos solos o depresivos porque, al alimentar diariamente caretas de pertenencia ficticias, nos olvidamos de nosotros mismos. Otra cosa que me impactó es que la historia que se enseñaba en Estados Unidos... No era la misma que se enseñaba en España. Ni siquiera geográficamente hablando había un consenso, ya que, por ejemplo, en un tema tan simple como el número de continentes, en Georgia nos enseñaban que eran seis, mientras que en España aprendí que eran cinco. Eso me dijo que todo lo que se enseña no es la verdad, sino que es subjetivo, así que comencé a dudar del currículo que aprendí en ambos países. Seguí estudiando con disciplina férrea, callada cerca de mis dudas, sacando muy buenas notas durante el curso, aunque mi confianza en las versiones oficiales había mermado. Memorizar algo para aprobar y asimilar ideologías como verdad única son dos cosas muy diferentes. Más adelante aprendí que, dependiendo del punto de vista, hay modelos en este mundo que dividen al planeta desde cuatro hasta siete continentes. Ni en eso está la humanidad de acuerdo. Años más tarde, me encontraría con la obra del historiador Howard Sinn, quien en su libro La otra historia de los Estados Unidos nos relata cómo no es verdad todo lo que se nos enseña en aulas que adoctrinan y cuyos libros están impregnados por ideologías y dogmas, cuidadosamente elegidos en cada página para dividirnos y hacernos competir entre nosotros. Pero eso fue años más tarde. Por entonces ignoraba que había otros tipos de pensamiento fuera de las versiones gubernamentales. Gracias a esa capacidad de memorizar incluso datos que no creía ciertos, en el examen de acceso a la universidad, el SAT, saqué muy buena puntuación, por lo que se puso sobre la mesa la posibilidad de una beca para continuar mis estudios en la Universidad de Valdosta, una ciudad del estado de Georgia cercana, para poder seguir viviendo con Eddie y Kelly. Pero mis progenitores desde España dijeron que no, que para ellos ya había estado fuera suficiente tiempo. Y lo cierto es que tenían razón. Mi sobrino había nacido al poco de mi marcha y no había podido estar junto a mi hermana durante esos momentos tan importantes. No conocía al nuevo miembro de la familia. Sólo podía mirar diariamente las fotos que me enviaban antes de irme a dormir. Y eso me rompía el corazón. Así que, después de once meses fuera y hablando un español con fuerte acento yanqui, regresé a la piel de toro. Fue al volver que me di cuenta de que no sólo había ido a los Estados Unidos a aprender inglés, me había puesto a prueba a mí misma viviendo una experiencia sin estar bajo el ala protectora de mi familia. Más tarde aprendí que en muchas culturas ancestrales a eso se le llama iniciación y normalmente se realiza entre las edades de 12 y 16 años. Mientras estaba en el extranjero, mis padres se habían mudado de Victoria-Gasteiz en Euskadi a Logroño, en La Rioja. Así que, a mi regreso a España, tuve que empezar desde cero, sintiéndome emocionalmente a caballo entre dos mundos. Tardé unos meses en integrar lo vivido en Georgia y también en perder los 15 kilos que había ganado en este año de deliciosa comida sureña y de dulce. Simplemente volví a la dieta mediterránea equilibrada que siempre hemos llevado en casa y en parte gracias a mi costumbre de ir andando a todos los sitios. En Blackshear se iba en coche hasta la casa de al lado, no sólo debido a las grandes distancias en las que se encuentra todo, sino también por la humedad y las altas temperaturas que se tienen que soportar durante gran parte del año. Mientras mi peso volvía a la normalidad de manera orgánica... Comprendí los niveles de ansiedad a los que había llegado para mantener esa imagen de estudiante e hija perfecta que exigían los dictados sociales que corresponden al ámbito del sur de Estados Unidos. Lo había hecho de forma intuitiva, sin pensar, y eso había marcado una profunda huella emocional. Ya no era la misma. Tampoco podía verbalizar en qué era diferente. Por un lado, me sentía más segura de mí misma. pero por otro podía intuir el abismo de ignorancia de todo lo que aún me quedaba por aprender y que se abría bajo mis pies. Si vivir un año en otra cultura occidental te abre el corazón y la mente de esa manera,¿qué impacto tendría hacerlo muchas veces? Y¿cuántas veces se puede hacer en una vida? Comencé a observar mi propia cultura como un pez que por fin se da cuenta de la inmensidad del océano después de descubrir que se encuentra en una pecera. No desde el punto de vista crítico, sino desde la curiosidad del que observa desde una nueva perspectiva. Pude ver las limitaciones y beneficios de una estructura social, lo cual me fascinó y aterrorizó al mismo tiempo. Más tarde fui descubriendo que esto era una constante en mi vida. Gracias a mis raíces, yo era un ser camaleónico simbiótico, que de manera intuitiva transformaba sus formas para evitar cualquier hostilidad por parte de mi entorno. Para ir absorbiendo y asimilando costumbres de cada cultura con la que interactuaba, adoptando sólo lo que aportaba un sentido constructivo a mi vida. De hecho, siendo hija de un gallego y una extremeña nacida en Euskadi, que por entonces aún sangraba las heridas del terrorismo, ya tenía práctica desde niña en eso de cabalgar entre ambientes muy diferentes, socioculturalmente hablando, con mi caballo imaginario de la tolerancia, aunque no era la única. En inglés a este tipo de niños se nos denomina como«third culture child», Niño de tercera cultura, aunque por entonces ignoraba tal cosa. Mi experiencia había sido de no pertenencia, ya que en Euskadi se me consideraba no vasca por los euskaldunes y en Galicia y en Extremadura era de fuera. Me di cuenta entonces de que yo existía en los perímetros culturales, de puntillas por lo que más ha atesorado históricamente la experiencia humana, la identidad territorial, una identidad que desde que nací había sido ajena a mi persona. Quizá sea por ello que notaba ese vacío interno. Quizá esa era la razón por la que me sentía diferente y sentía una soledad existencial difícil de expresar con palabras. La gente que me rodeaba se identificaba con una cultura concreta y eso parecía darles una seguridad y una sensación de pertenencia de la que yo carecía. Yo me identificaba con todo y con nada, y aunque podía llevarme bien con la mayoría, en el fondo, como el agua y el aceite, no lograba mezclarme de verdad con nadie. El futuro estaba en Internet. Por fortuna, en Estados Unidos había descubierto Internet, que en España aún no era habitual a nivel de usuario particular más allá de las grandes empresas. Pero en los Estados Unidos de América, ya en 1999, los estudiantes de las escuelas públicas y la mayoría de hogares tenían acceso a la red a través de sus ordenadores. En la biblioteca del instituto podíamos navegar todo lo que quisiéramos y eso me impresionó mucho. Le pasaba todo el tiempo que podía anonadada frente a la pantalla. Se esfumaban las horas accediendo al mundo percibido desde la lengua inglesa. tan similar y tan diferente, tan cercano y tan lejano. Me sentí fascinada. Tuve entonces claro que quería aprender todo sobre Internet, porque veía que el futuro ya no era ir a la biblioteca, donde nunca encuentras la respuesta a la pregunta que buscas, sino que el futuro vendría marcado por tres siglas, W, W, W. un nuevo mundo que se abría con portales sin puertas y páginas sin libros, la World Wide Web, daba la bienvenida a un nuevo paradigma que comenzaba a dar sus primeros pasos. Cuando se lo contaba a mis padres me decían,¿pero qué es eso de Internet? Para mí era difícil de explicarlo. Desde mi punto de vista llegaba a una verdadera democracia con potencial de expresión universal y acceso del conocimiento aplicado a la experiencia vital. Básicamente respondí que, a través del ordenador, puedes acceder a todo el conocimiento que quieras buscar, comunicarte con otras personas y publicar lo que te venga en gana. Estaba abrumada por las posibilidades. Así que, a mi llegada a Logroño, con el rumbo muy decidido, comencé a investigar cómo podía profundizar en ese conocimiento. Tenía claro que quería hacer dos cosas. Por un lado, no quería perder el nivel de inglés, así que decidí montar un grupo local para practicarlo. Busqué gente que estuviese interesada poniendo carteles en las farolas de Logroño y algún anuncio en los pocos foros locales que había de Internet. Tampoco es que encontrara a muchos que quisieran ser parte, la verdad. Venían tres o cuatro personas con los que quedaba en un pub inglés de la capital riojana un día a la semana, pero lo importante era mantenerse activa. Por otro lado, estaba buscando la manera de continuar mis estudios mientras iba trabajando en lo que salía. Por ejemplo, como extra de camarera o como prometora de unos grandes almacenes de Vitoria. en donde me llegaron a ofrecer un puesto de trabajo fijo, el cual rechacé para asombro de algunos. Sobre todo cuando no me convalidaron mi título de bachillerato de Estados Unidos, ya que me quedaban las asignaturas de matemáticas e historia de tercero de BUP, sin aprobar. Pero eso no se valora. Y es que antes de irme al extranjero, mi padre había sufrido una enfermedad que requirió de intervención quirúrgica y mis notas habían notado el bajón en atención como consecuencia de ello. Lo cierto es que mi experiencia educativa en España, en secundaria, no tenía nada que ver con la americana. En la Universidad de Logroño... Me dijeron que sin un título convalidado y con dos asignaturas suspensas, tenía que estudiar para un examen de acceso a la universidad, lo que me llevaría otro año. En esos momentos no quería estudiar temáticas que no tuvieran que ver con el camino que me había marcado, las nuevas tecnologías. Así que tomé la difícil decisión de sacrificar el sueño de tener un título universitario. Estaba preparada para dar el siguiente paso en mi camino y, como de costumbre, no era el esperado. Un día, navegando por Internet, encontré un curso de tres años que era la primera formación profesional de diseño web y arte digital en Madrid. Y un escalofrío recorrió mi cuerpo a la vez que mi corazón comenzó a latir fuertemente. Había encontrado lo que quería estudiar. La reacción de mis padres fue,¿y no puede ser algo más cerca? o más barato. Pero les insistí mucho en que el futuro estaba ahí, que Internet lo iba a revolucionar todo, que me hicieran caso. Y me hicieron caso. De hecho, no sé por qué mis progenitores siempre me han apoyado en todo lo que les he pedido, aunque no tuvieran ni idea de lo que hablaba. Pero es cierto que siempre he sido una estudiante rigurosa y aplicada en los temas que me motivaban, claro está. Mis padres siempre me han animado a que estudiara, cosa que ellos no pudieron hacer, aunque no por ello han sido menos en la vida. Son personas muy valoradas y queridas en nuestra comunidad y familia. Por mi lado, siguiendo su consejo, siempre estaba estudiando y hablando de cosas raras. Yo no disfrutaba de las típicas revistas de famosos o de cotilleos. Si por mí fuese, siempre hubiera estado conversando sobre temas que leía en la Scientific American, en la National Geographic, en la Nature, en la QO, y sacando temas de conversación como¿Sabes que el ojo humano puede percibir millones de colores de día pero, en comparación con el espectro total de la luz, solo percibe el 5% de las ondas de luz existentes en el espectro del arco iris? Mis fieles compañeros eran mis libros de Isaac Asimov, las enciclopedias y las revistas sobre naturaleza y ciencia, pero como las matemáticas no aplicadas me parecían aburridísimas, sólo veía esos temas como una afición más, no algo a lo que me pudiera dedicar. Tampoco era muy tiquismiquis en mis gustos, ya que leía lo que estuviera a mano, que me inspirase curiosidad o aportase un nuevo punto de vista. Siguiendo con la historia, el caso es que los estudios en diseño web me llevaban a Madrid, así que tenía una nueva misión online, buscar compañeros para compartir piso en la capital española. Y, por internet, como no podía ser de otra manera, conocí a un joven profesional alemán llamado Eki, que se iba a mudar a España para trabajar en una multinacional de su país con filial en la capital. Él fue el que encontró un pisito de 45 metros cuadrados y tres habitaciones, en el barrio de Lavapiés, en el cual ya vivía un recién licenciado abogado de Granada que comenzaba un máster en la capital. Así que allí me fui con la maleta que me compré con mi primer sueldo de camarera y mucha ilusión. Vivíamos los tres en ese apartamento, que era más bien una especie de zulo. En la cocina sólo cabía una persona, así que si uno entraba, la que estaba tenía que salir. El salón era tan pequeño que, de hecho, era la misma entrada del piso. y la televisión estaba colgada en lo más alto de una pared. El ángulo era tan obtuso que incluso teníamos que descansar el cuello de vez en cuando al ver cualquier programa en la tele. Sólo nos salvó de una tortícolisa crónica el hecho de estar casi siempre fuera de casa. El piso pertenecía a una corrala, un tipo de edificación típica de Madrid. con pasillos de acceso a las viviendas en forma de concéntricos balcones interiores, con finas y coloridas cuerdas que atravesaban cada piso y en las que se tendía la ropa de un estemo a otro. Se trataba de un edificio antiguo, con el famoso mercado de pulgas al lado. Como no pasábamos demasiado tiempo en casa, el hecho de que nuestro hogar fuera una buhardilla sin ventanas en las habitaciones tampoco importaba demasiado. Pero recuerdo que la primera vez que vino mi madre a visitarme, lo hizo en verano y como no teníamos aire acondicionado y vivíamos en el último piso, un cuarto sin ascensor, casi le da un síncope. A pesar de esto, la comunidad de vecinos era entrañable y variopinta, haciendo incluso más enriquecedora y auténtica la experiencia. Por aquel entonces yo tenía 19 años y mis compañeros de piso, siendo ya profesionales graduados, tenían 25 y 28 años. Me cuidaban como a su hermana pequeña. Aprendí mucho de ellos. Yo iba en metro a estudiar al barrio de Salamanca, el de mayor afluencia de Madrid. Mi centro de estudios se encontraba en la calle Lagasca y, cuando volvía a Lavapiés, solía encontrarme a drogadictos inyectándose heroína en el portal de la Corrala, o coincidía con los ya familiares o cupas que vivían en el derelicto edificio de enfrente, como era de esperar un gran contraste. El curso en Cibernos, mi centro de estudios, era muy intensivo y, entre profesorado y alumnos, me vi rodeada de gente muy inteligente e inspiradora. En clase éramos unos 20 estudiantes, de los cuales sólo cuatro éramos chicas. Algunos de ellos tenían más de 30 años, constaban ya de una licenciatura universitaria en su currículum y estaban estudiando allí porque en ese momento no había ningún otro centro de renombre que impartiera formación especializada en Internet. Aterrizando en Nokia España Después de un primer año y medio cursando diseño web y arte digital, diferentes compañías empezaron a llamar al centro para reclutar a becarios. Sobre todo, querían gente que dominara el inglés. Y ese era mi caso. Para mí fue la guinda que le faltaba al pastel, ya que estaba disfrutando inmensamente el poder dibujar sin parar y aprender a hacer animaciones en 3D, además de programar y diseñar páginas web. Consideraba al HTML, el lenguaje de programación, un idioma mágico, combinando lo mejor de la creatividad y el uso práctico. Palabras, abreviaciones y símbolos que se transformaban en realidades de luz detrás de una pantalla. Los profesores eligieron a diferentes compañeros, entre los que estaba yo, para ir a las distintas entrevistas puestas en la oferta. Y a mí me escogieron para asistir a las del World Trade Center de Madrid y Nokia España, ya que cumplía con los requerimientos de su oferta. Primero, fui al World Trade Center y la entrevista fue un éxito, aunque el trato me parecía algo frío y distante. Por otra parte, las características del trabajo en sí parecían monótonas y con poco potencial de crecimiento, siendo estas más parecidas a las de una asistente que a las de una diseñadora digital en prácticas. Más adelante, a las dos semanas, fui a la entrevista de Nokia. Y me encantó. Me entrevistaron en las oficinas de la empresa de mis sueños en Majadahonda, una zona residencial a las afueras de Madrid, a casi dos horas en metro y tren de donde vivía. El día de la entrevista no estaba especialmente nerviosa. Me lo tomé más bien como si fuera a encontrarme con una nueva aventura. La decoración de las oficinas de Nokia era muy austera, de un estilo nórdico que yo por aquel entonces no conocía. Todo estaba muy pensado. No había ni un jarrón que solo estuviera para adornar. Todo lo que había era específicamente útil para algo. Eso me sorprendió porque, por ejemplo, en el World Trade Center... Todo eran cuadros y alfombras con una decoración muy cargada y yo, que he ejercido cosenualmente como limpiadora, siempre me alegro por el personal de limpieza cuando veo que un lugar se pueda descentar en media hora. En cuanto a la entrevista en sí, se trataba primero de una sesión en grupo en la que una persona de recursos humanos nos entregó unos papeles con diferentes ejercicios politécnicos, los habituales de triángulos, puzles... que teníamos que rellenar individualmente. Después, ya hicieron una entrevista con cada uno y a puerta cerrada en inglés, para valorar nuestro nivel. En estas entrevistas no recibes ningún feedback. Solo te dicen, muchas gracias por venir, nos pondremos en contacto con vosotros en las próximas semanas. Al cabo de una semana y media me llamaron para una segunda entrevista en Nokia, junto con dos compañeros más, y allí conocí a la persona cuya supervisión acabaría trabajando. a la que llamaré Vera, una profesional del marketing muy enrollada con la que hubo una química instantánea. Recuerdo que en Madrid hacía un calor terrible esos días y el look que elegí para la ocasión consistía en un top beige atado al cuello y por encima del ombligo y unos vaqueros acampanados aderezando el look con unas sandalias de plataforma del mismo color que el top, es decir, como si fuera de fiesta portueca. No sabía cómo había que ir vestida a una entrevista de trabajo. Bueno, había estado trabajando en una gran superficie y de camarera, pero como vestías con un uniforme, daba igual cómo fueras a la entrevista, o al menos esa había sido mi experiencia. Pero resultó genial porque Vera lucía una larga melena suelta y un estilo muy casual. Era una situación inusual, como el encuentro entre una maquinera y una hippie dando palmas al son de una canción de Pgamela. Tuve un flechazo y pensé, yo trabajaré con ella. Terminé esa segunda entrevista y¿cuál fue mi sorpresa cuando a los pocos días me llamaron del World Trade Center de Madrid para decirme que el puesto era mío? No me lo esperaba. Yo estaba segura de que me volverían a llamar de Nokia. Tenía esa corazonada. Y les dije que necesitaba unos días para reflexionar, ya que esperaba otra oferta, cosa que les sorprendió bastante. Tras consultar con mis padres, estos me dijeron aquello de más vale pájaro en mano que ciento volando. Y en el World Trade Center prometían doblar el sueldo que me ofrecieran otros y la posibilidad de hacer prácticas en Nueva York. Pero a los pocos días, cuando me volvieron a llamar del World Trade Center, les dije que no. Se lo oculté a mis padres y crucé los dedos para no quedarme finalmente sin un trabajo ni el otro. Cuando ya casi había dado ambas oportunidades por perdidas y comencé a considerar que haber dicho que no a una buena oportunidad había sido un error, la esperada llamada llegó. Era viernes y había regresado de una agotadora excursión a caballo por la Sierra de Madrid. Estaba sudada y despeinada cuando sonó el teléfono. Menos mal que por aquel entonces no había videoconferencias. Me dijeron que el puesto, si aún lo quería, era mío. A la semana siguiente firmé el contrato, así que, finalmente, mi apuesta salió bien. Seguir mi intuición siempre ha sido algo fructífero ya que, si me equivocaba, era mi responsabilidad y una oportunidad de aprendizaje. Y, si acertaba, era una gran fuente de satisfacción por haberme atrevido a creer en mí misma.¿Cómo trabajar en el paraíso? Mi misión en Nokia era ayudar a la responsable del Club Nokia, Vera. El Club Nokia era un programa de fidelización en el que podías ingresar si te comprabas un teléfono Nokia. Trabajábamos con agencias creativas y multinacionales como Warner Draw. con artistas muy conocidos a nivel nacional. Dirigíamos los proyectos con las agencias, organizábamos eventos, conciertos, nos encargábamos de la presencia online del club y respondíamos ante la directora de marketing de Nokia España. Había encontrado el trabajo perfecto. Como sabes, ya había estado trabajando de camarera, esporádicamente de limpiadora, de promotora de perfumes, de niñera... Así que sabía valorar el cambio tan repentino que había dado mi vida. Una vez, trabajando en algo creativo y de índole tecnológica, me dije,«Quiero hacer esto toda mi vida. Yo». obsesionada con Internet, con la telefonía y con todo lo que fuese tecnología, estaba trabajando en una marca internacional de telefonía móvil y encima me pagaban por ello. No te engañaré. Los primeros meses me sentía como un pulpo en un garaje. La responsabilidad era mucha y mis jefes exigentes. Nadie tenía mucho tiempo para mí porque, claro, yo solo era una becaria y la cultura de trabajo era muy competitiva y estresante. Comencé allí trabajando a media jornada, pero como quería hacer todo lo que podía y me interesaba aprender marketing, al final me contrataron a jornada completa para poder apoyar a otros departamentos. Les comenté a mis profesores de Cibernos, el centro de estudios donde cursaba mi formación, si podía ir compaginando mi trabajo con mi proyecto de final de carrera. Quería poder graduarme después de tanto esfuerzo y me dijeron que no había ningún problema, así que me levantaba a diario a las seis de la mañana, llegaba Nokia a las nueve y me se quedaba hasta que se terminase el trabajo. Estudiaba, hacía voluntariado los fines de semana y estaba encantada. A estas alturas del relato ya te habrás percatado de que soy muy sensible e introvertida, aunque cualquiera lo diría a primera vista. ya que me apasiona interactuar con la gente, por lo que se me podría confundir por extrovertida. En el equipo de Nokia había un abanico de personalidades increíble, desde los directivos hasta la gente que llevaba los proyectos, y aunque al principio me costó, hice buenas amistades. Por supuesto incluyo a Vera, que era mi jefa directa, también con el equipo de IT, de tecnología, que se encargaba de la reparación de los ordenadores, y con otro chico de Alemania, Miguelito, quien era el responsable del call center, de apoyo por internet, con la directora de comunicaciones y con la directora de marketing también en table amistad. Ese era mi grupo de coleguitas. Todo el mundo me llamaba Queca porque había otra Esther en el equipo de marketing y no me apetecía ser Esther 2, así que acepté el mote. Con Vera teníamos mucha compenetración. Un día me propuso que me instalara en su despacho y que lo redecorásemos juntas. Me emocionó el ofrecimiento ya que me había pasado semanas en la zona de los asistentes y secretarias separada por paneles. Así que juntas construimos nuestro rincón creativo. Teníamos una mesa redonda para las dos, mucha complicidad y una ventana muy bonita con vistas al jardín. El despacho estaba adornado con plantas y mucha dedicación. Éramos un equipo muy dinámico y profesional, el dúo perfecto. Me sentía en la cima del mundo. Iba a trabajar con ropa de colorines y zapatillas rojas con cordones blancos. Vestía como me daba la gana, mientras que a los de venta siempre los veía encorbatados, sudando con sus chaquetas y camisas de manga larga en verano, agobiados cuando venían de una reunión, presionados por sus objetivos trimestrales. Por mi lado yo era la niña mimada, la mascota del equipo. Me llevaban a todas partes. Aprendí a esquiar con campeones olímpicos, ya que fuimos a Baqueira Beret con Blanca y Paquito Fernández Ochoa. Blanca me enseñó a caer, a frenar y a girar, para mí lo más importante de esquiar e incluso de la vida, y Paquito a reírme de las caídas. Este era muy amigo del director general de Nokia.¡Qué gente tan sencilla, simpática y divertida! Fue una delicia aprender de ellos. No creo que sea la única que diga que se les echa de menos. La verdad es que todo era un privilegio que todavía no me creía estar viviendo. Estaba todo el tiempo trabajando en proyectos fantásticos, publicando CDs con música nacional, que si los secretos por aquí, los piratas por allá, Chambao por Acuyá, yendo hoy a navegar en velero a Mallorca, mañana a Marbella de Spa, a Dusseldorf de Curso, cada vez que llamaba a mi familia me decían,¿pero a dónde vas ahora? Y yo, pues no lo sé, voy a donde esta gente me quiera llevar. Sinceramente creo que jamás en la historia de la humanidad se ha tratado tan bien a un vehículo. El contrato de becaria era para un año y, en ese tiempo, me ofrecieron trabajo en algunas de las agencias de Madrid con las que trabajábamos. Pero yo quería seguir en Nokia. Le dije a la que por entonces era jefa de marketing, finlandesa ella, que me había enamorado de la marca. Pero ella me dijo que había visto en la página web interna de la empresa que no había ningún puesto disponible. Y me aconsejó que era mejor que aceptara alguno de esos trabajos y colaborara con Nokia de vez en cuando, para no arriesgarme a quedarme sin empleo. Pero, cabezota como soy... Le dije que prefería esperar hasta que se me acabara mi periodo de prácticas, que era en agosto. Poco después, semanas antes de que se acabara mi contrato, la misma directora de marketing me avisó de que había surgido la oportunidad de cubrir una baja de maternidad en Nokia Finlandia. El salto a Finlandia. No esperaba la oportunidad abrumadora que supuso para mí esta vacante. Era para ejercer de planificadora de medios para Europa, Oriente Medio y África, manejando unos presupuestos de millones de euros cada semestre con objetivos muy ambiciosos. Tenía 21 años recién cumplidos. Yo ya había estado organizando fiestas y eventos grandes y multidisciplinares en ciudades como Madrid y Barcelona. Aunque lo pasara bien, era un trabajo muy estresante que derivó en un periodo de burnout, quemada por el estrés. Breve pero intenso, porque entre los estudios, los voluntariados, con protectoras de animales que he mencionado, haciendo de casa de acogida para cachorros abandonados, entre otros, mi vida social y el empleo, no me daba la vida. De todo esto te hablaré más adelante. En ese momento no era consciente de lo que podía desembocar ese estrés. Y aunque tenía mi vida montada en Madrid, donde todo el mundo quería ser mi amigo porque me invitaban a cualquier sarao, lo cual era un sueño para cualquier veinteañero, decidí ir a la entrevista en Finlandia. Después de todo, yo ya formaba parte de Nokia y, estando dentro, era mucho más fácil que me contrataran. Era este un puesto bastante exigente que implicaba conocer a fondo la marca. Ya no te hablaban de los valores de la empresa, las dinámicas de equipo, etc., sino que eso ya se daba por sentado. El trabajo no sólo implicaba planificación de medios, sino hacer de intermediaria entre Nokia MA, acrónimo de Europe, Middle East and Africa, Europa, Oriente Medio y África, y los equipos de las sucursales de Nokia en cada país perteneciente a ese grupo, para asegurarte de que el presupuesto de marketing se gastaba siguiendo la estrategia dada desde los cuarteles generales de la empresa. Por lo tanto, tenías que tener la experiencia de haber estado trabajando en uno de los países en los que operaba esta compañía. Y eso yo lo tenía. Era mi punto fuerte. Procedía de hacer marketing en un equipo que se controlaba desde Finlandia. Eso era lo que más valoraban de mi perfil profesional. Aunque lo que más se necesitaba era tener mucha mano izquierda, sobre todo con los directores de marketing de cada país, que a menudo querían hacer lo que pensaban que era lo correcto y no les apetecía que una niñata de poco más de 20 años les recordase que debían seguir las órdenes de arriba. En ese momento me di cuenta de que vivimos en una ilusión de democracia ya que la mayoría de los negocios tienen un sistema operativo altamente jerárquico. Una democracia verdadera sería poder tener voz en todos los ámbitos de nuestras vidas, pero no es así. En este punto, quiero hacer un paréntesis para agradecer la gran confianza depositada en mí desde el principio por parte de mis mentores en Madrid, incluyendo al director general. al que llamaré The Boss, y con el que, por cierto, tuve un momento de esos en los que dices, tierra, trágame. Te cuento. Yo siempre he tenido un espíritu muy reivindicativo y un gran sentido de la justicia, hecho que ella en el instituto me metió en varios líos. Pues bien, en las primeras semanas de estar en Nokia recibí un mensaje de mi amigo y compañero, Miguelito, que trabajaba en el call center de Alemania. diciéndome que temía que fueran a despedir a los que atendían las llamadas en español porque no recibía suficiente demanda de servicios desde España. Tras esta noticia, y sin dudarlo ni un momento, me dispuse a solucionar el problema de mi amigo sin por un momento pensar en las posibles consecuencias. Todo Miguelito necesita a veces de una mafalda, así que... Desde mi punto de vista de becaria ingenua, redacté un correo electrónico para pedir a los compañeros que hiciéramos más llamadas al call center, para así poder salvar a nuestros colegas de Alemania de un posible despido inminente. Pero, dada mi inexperiencia, resultó que envié ese e-mail a todos los trabajadores de Nokia España, al equipo de Mobile Phones y Nokia Networks, como a unas doscientas personas que mayormente no conocía. Mis compañeros, al abrir y leer el correo, dijeron,«¿Qué has hecho, Kika?». Acto seguido se hizo un silencio a mi alrededor. Varios del equipo se levantaron yéndose con disimulo a tomarse un café. Por la puerta de su despacho, que normalmente permanecía cerrada, había aparecido The Boss, el director general de Nokia España Mobile Phones. Se dirigió hacia donde estaba sentada y amablemente acercó una de las sillas de oficina de rueditas. Se sentó a mi lado y me dijo... Eso que había hecho no se podía hacer, que me había saltado toda la línea de management y que, antes de mandar cualquier email masivo, tenía que pasar primero por mi jefa para pedirle su opinión. Mis compañeros habían visto a The Boss echar algunas broncas tan sonoras que hacían temblar los cristales de su despacho, y yo... Acostumbrada al carácter temperamental y estricto de mi padre, pensé, este hombre me echa hoy de aquí ipso facto. Pero la verdad es que me pegó la bronca de manera muy concisa y educada durante cinco minutos de su valioso tiempo mientras yo iba tragando saliva. Una vez hubo terminado, me disculpé avergonzada y él se fue. Cuando mis compañeros volvieron me preguntaron,¿estás bien? Pero lo cierto es que el jefazo fue tan paciente conmigo que desde entonces le he guardado lealtad eterna. Después de más de 20 años le sigo llamando The Boss. Es un cocinitas genial y a través de los años hemos seguido en contacto. Amo a este hombre que no me despidió. Pues bien, con él tuve una oportunidad de aprendizaje que más tarde me ayudaría inmensamente en mi entrevista de Finlandia. A los pocos meses de comenzar mi trabajo como becaria, le ayudé en una presentación para Nokia Europa en la que debíamos plasmar en un documento gráfico cómo estaban funcionando las estrategias de ventas y marketing en Nokia España. Como yo tenía las habilidades necesarias para hacer presentaciones visualmente destacables debido a mi formación en Cibernos, los efectos, la edición con Photoshop, etc., Me propuso hacerla con él, así que estuvimos trabajando dos o tres días en el documento digital a tiempo completo, con detalles de todas las cifras, los documentos de Excel. Él aportaba todo el conocimiento y yo lo estructuraba, escogía los colores y, mientras tanto, lo iba memorizando todo. En las diez diapositivas que teníamos que hacer, me enteré de todo lo que tenía que saber en términos de estrategia y planificación de mercado. con pelos y señales. Esa fue una mentoría improvisada que me resultó genial y a la que como simple becaria no hubiera podido acceder de otra manera y por la que estoy agradecida porque me abrió muchas puertas. Así que, antes de la entrevista en Finlandia, tenía un conocimiento profundo del funcionamiento de Nokia, de la inversión que era necesaria hacer en marketing online en prensa, en televisión, en eventos y de muchos otros aspectos. Llegué a Finlandia un día soleado y precioso del mes de junio. A mí me encanta el orden y vi que el aeropuerto era impoluto, silencioso y austero, nada que ver con el ajetreado y bullicioso caos que se sufría en el de Barajas por aquel entonces. Mi primer choque fue ver que el taxista no hablaba. Los taxistas de Madrid te suelen contar su vida en verso y en prosa, se interesan por tus quehaceres, te enseñan fotos de sus hijos o te entretienen con su última anécdota. Acostumbrada a esto, yo comencé, en inglés, la típica conversación de preguntar qué tal iba todo por allí. El hombre me miró como diciendo,¿por qué me hablas? Estoy trabajando. Y siguió conduciendo en silencio, como si no hubiese oído mis preguntas. Así que decidí contemplar el paisaje a través de la ventana. Durante todo el trayecto estuvimos acompañados de lagos y abetos. Estos fueron mis primeros 45 minutos en Finlandia, lo que se tardaba del aeropuerto a Espoo, la localidad donde se encontraba Nokia House, los cuarteles generales de la compañía finlandesa a las afueras de Helsinki. El hotel en el que me albergaba estaba muy cerca de la oficina, a orillas del mar Báltico. El entorno era idílico. Además, como era verano, justo después de Llanos o San Juan, había luz todo el día. El sol solo se ponía un poco de madrugada, para rebotar en el horizonte a las pocas horas cual pelota de ping-pong. Para mí todo resultaba muy silencioso y tranquilo. Pero curiosamente para los finlandeses, esa era la época más alegre y festiva de todo el año. A lo mejor si hubiera ido allí en invierno, a 15 grados bajo cero, no me hubiese gustado tanto, pero ir en junio fue una especie de trampa y pensé, a esto me podría acostumbrar. Esa noche me dejaron descansar, a pesar de que casi no dormí por los nervios, y al día siguiente fui a la entrevista. Esta vez sí estábamos hablando de un puesto de alta responsabilidad. El cuartel general de Nokia era como una ciudad, todo acristalado y de cinco plantas, al lado del mar, con helipuerto. Impresionante. Allí trabajaban unas dos mil personas. Llegué temprano y, tras conseguir mi identificación de visitante, me dirigí al luminoso vestíbulo, nexo entre edificios. Esta vez, ya más versada en el mundo corporativo, vestía un sobrio atuendo formal con el pelo recogido y los nervios a flor de piel. Mientras esperaba la directora de marketing de Europa, iba viendo a mucha gente desfilando con sus trajes y portafolios por pasillos que conectaban los diferentes niveles del edificio. El suelo era de madera y todo el estilo era nórdico, como era de esperar. Viniendo de la vorágine diaria que se respiraba en las oficinas de Majadahonda, me extrañó el silencio que imperaba por doquiera dondequiera que fuera, un silencio al que me acostumbraría con el tiempo. Cuando llegó la que sería mi jefa, me saludó cordialmente y me acompañó por una escalera de caracol, de metal y madera hacia un laberinto de salas de reuniones. Allí es donde hicimos la entrevista. Resultó bastante rara al principio porque yo no sabía que en Finlandia hay cierta costumbre de hacer una aspiración bastante sonora de confirmación que sería equivalente a decir, ah, vale, muy bien, algo así como, ah, ah. Ella lo hacía y yo no tenía ni idea de si lo que estaba diciendo le gustaba o si se estaba asfixiando. Luego ya me di cuenta de que era una peculiaridad y me pude relajar. Tras la entrevista almorzamos juntas y seguimos hablando del trabajo. Así como en Madrid ibas a un restaurante a comer un primer plato, un segundo plato, vino, postre, café, copa y puro, allí ibas a la cafetería, te daban una banderita pequeña, te servías comida y te cobraban según lo que pesaba. Me di cuenta entonces que la finlandesa no es una cultura de sentarse a comer. hacer una sobremesa y volver a trabajar hasta las 8 de la noche en horario laboral. Allí, comer en la oficina es ingerir combustible en 20 minutos, para seguir trabajando, porque lo que quiere la gente es terminar a las 4 e irse a su casa. Y si acabas a las 3 y te vas, nadie te dirá nada mientras al final del semestre tengas tus objetivos cumplidos. Nada que ver con la cultura de oficina de la que venía. según la cual el último que se va es, supuestamente, el que más trabaja. Tras acabar de comer con mi anfitriona, caminamos ambas de vuelta al vestíbulo, me dio las gracias, volví al hotel a recoger el equipaje y esa misma tarde volví para España, porque, al día siguiente, tenía que incorporarme a mi puesto de trabajo. Y en fin, esta vez todo fue mucho más rápido y ágil que cuando entré como novata en Nokia España. El 5 de agosto ya me estaba mudando a Finlandia. Y...¿os preguntaréis?¿El curso de cibernos? Con mucha pena, de corazón, lo tuve que dejar sin completar. Elegí el trabajo sobre la titulación. No me dio la vida para acabar el proyecto de fin de curso. Incluso, como os comenté, fue un periodo de mucha presión, así que no me gradué oficialmente, por lo que llegué a un puesto ejecutivo en una de las compañías más punteras del mundo a nivel internacional con un título de bachillerato cursado en USA y un mero graduado escolar de España para trabajar con graduados de instituciones universitarias. de fama internacional como Harvard, Oxford e INSEAD, por citar unas pocas. Ahí es nada. Las claves. Humildad y curiosidad. Si algo aprendí en mi etapa en Nokia España fue, sobre todo, a ser humilde y a tener curiosidad por aprender. Teniendo eso, siempre vamos a ir seguros porque lo peor que se puede tener en la vida es la arrogancia de creerse superior o sentir que se te debe algo. Ahí dejamos de progresar. El sentido de la humildad y el de la curiosidad por aprender son muy importantes para cualquier persona y empresa porque nos aportan capacidad de observación y lubrican los equipos a la hora de responder a las distintas situaciones a las que nos podemos enfrentar. Saber estar en nuestro lugar forma parte del aprendizaje, y por eso es tan importante tener a nuestro lado a gente que sea paciente y que sepa darnos un equilibrio entre retar nuestra capacidad y proveernos con una mentoría constante. Aunque lo más importante es conocernos a nosotros mismos, o al menos intuir de lo que podemos ser capaces. Ser coherentes y, aunque haya momentos difíciles, saber que con cualquier situación se puede crecer. Y también, de cualquier persona se aprende. A cómo hacer las cosas o a cómo no hacerlas. No hay pérdida de victimismo de esa manera. Solo adquirimos experiencia y profesionalidad. Pero... Si quieres que te confiese algo, creo que donde más aprendí antes de mi odisea en Finlandia fue trabajando de camarera a los 16 años, mientras estudiaba en el instituto. Justo antes de mis peripecias en Estados Unidos. En ese trabajo te pueden tratar todos los días como a una fregona si uno se deja, y hay que desarrollar la asertividad, sabiendo lidiar con todo tipo de clientes sin perder nunca la elegancia. De ahí me llevé muchas lecciones sobre cómo tratar a cada persona. Aprendí de camareros con mucha clase y nobleza a escuchar, a servir con dignidad y que, respetando a todo el mundo, te haces respetar. Pero sobre todo comencé a vislumbrar la importancia de mantener una brújula interna, basada en los valores que me iban enseñando con sus acciones mis mentores y no en presiones sociales. mantener nuestra estrella del norte siempre bien presente yo tardé en rescatarla del olvido no se nos educa a seguir nuestros propios valores se nos imponen al nacer un estatus social una nacionalidad y muy a menudo creencias y limitaciones reflexiones este capítulo nos invita a reflexionar sobre¿Cuál es nuestra brújula interior?¿Y qué hacemos para cuidarla?¿Cuál es nuestro norte como individuos y como sociedad? Hablando de norte, en el siguiente capítulo quiero revelarte un concepto que tal vez te sorprenda y al que me tuve que acostumbrar. El nudismo corporativo o, en términos finlandeses, la cultura de sauna. Pero, si quieres saber qué significa... Tendrás que seguir escuchando.

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