Alma Perdida

Culpa Capital

April 18, 2022 @2changoslabs Season 1 Episode 4
Alma Perdida
Culpa Capital
Show Notes Transcript

Hace unos años cometí un error, lo admito. Claro que entonces no pensaba que estaba equivocado, por poco que me sirva de consuelo. Hoy voy a necesitar ese consuelo. Hoy mi secreto va a dejar de serlo para convertirse en bocadillo de las bocas de esta ciudad podrida que se alimenta, voraz, de las desgracias ajenas. 

Producción general: @2changoslabs 
Edición de audio: @vacainfame 
Arte de portada: @pin.tu.rita 
Relato original: @ariel.matzkin

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Temporada piloto capítulo cuatro culpa capital. Hace unos años, cometí un error. Lo admito. Claro que entonces no pensaba que está equivocado por poco que me sirve de consuelo. Hoy voy a necesitar ese consuelo. Hoy. mi secreto va a dejar de serlo para convertirse en un bocadillo de la boca de esta ciudad podrida que se alimenta voraz de la desgracias ajenas. Su consuelo es que no les pase a ellos. El mío es saber que cuándo pasó lo que pasó. Yo no sabía que estaba mal. Ahora lo sé. Voy a necesitar ese consuelo. Lo intuyo. Son las siete de la mañana. El sol se cuela perezoso por la ventana de mi departamento. No puedo tocar mi celular mucho menos mi computadora. Nada que tengo una pantalla nada con acceso a las noticias. Me tomo un café negro en el silencio de la cocina. El refrigerador está vacío. La ciudad en calma, al menos de aquí, desde esta altura, siempre me gustó vivir en alto. Cuanto más mejor, cuanto más lejos del suelo de la suciedad del suelo, mejor.. Un nudo me revuelve las entrañas. No quiero bajar. No quiero que el día comience. No quiero que esta ciudad desgraciada se regocije con mi vergüenza. Miro un rato por la ventana y llegó a una conclusión que me aterra o bajo por el ascensor o bajo por el balcón. Un camino más rápido que el otro. Uno encierra menos dolor de bajar bajo. El tiempo en suspensión es la peor de las torturas En la recepción de mi edificio. El conserje me mira ceñudo antes acostumbrada a saludarme. No lo recuerdo. Miro el suelo y avanzo. Salgo a la calle. La ciudad se desperezan camino en dirección al metro. Las calles empiezan a poblarse de hombres y mujeres de niños como mochilas desamparados con plancha de cartón y gorros dado vuelta. De todo desconfío. Todas las miradas se esquivó, como sé quién leyó y que no. Como sé quién sabe, desconfío de las sonrisas tanto como de los bostezos de las cejas levantadas de las caras de sorpresa. La señora riega las plantas en el al alféizar de su ventana de postigos azules. Se olvida del chorro de la manguera que cae sobre la maceta que se inunda y se desborda. Tiene la vista fija en mí desde hace varios metros antes. Y siento sus ojos de halcón clavados en mi espalda. Me lacera su mirada acusadora. Fuiste tú parece decirme fuiste tú el que lo mato claro que yo no lo maté. Juan sufría de una depresión de la que nunca nos habló hasta el día que lo eché a la calle. Sin en este trabajo me mato me dijo ese día y yo me reía en su cara. Era otro yo entonces, no me justifico para nada. Fui grosero. Y si, medio animal, pero yo no lo maté. De eso nada. De eso se encargó el solo. Me reí en su cara ese día. Sí, y me cebé en su desgracia. Yo era un tigre en esos años. Un chacal siempre al acecho listo para saltar a la yugular para desangrar a mis víctimas en mi camino al éxito, le dije que adelante, que lo hiciera, que se mate, que nadie le va a importar. Le dije que su mujer que lo despreciaba, que era un cornudo, una bolsa de aire, un desperdicio o de espacio. Que si no lo había echado antes, era por lástima y por mirarle el culo a su mujer. Cuando lo visitaba."No existe". Le dije. Le dije que ella me miraba a mí también, que seguro tenía hambre de un hombre de verdad, algo mejor que la piltrafa amorfa que él era. Le dije que siempre iba a perder contra la gente como yo. Esa misma noche me enteré unos días después, se colgó de una viga del depósito de pintura de su papá. No dejó ninguna nota. No se despidió de nadie. Lo peor es esto. El metro, tanta gente apretada, tantos periódicos abiertos. Nadie asocia nunca la circunstancia de la historia a los actos cometidos por los protagonista. Era otra época. Éramos brutos. Me enteré hace dos días por un contacto en la redacción del diario. Tu cara va es la primera plana. Me dijo. Te van a apodar "el inductor". Prepárate. Si te viene una tormenta, la ventanilla del metro repiten a sucesión lenta de luz y oscuridad. Siento la fuerza de las miradas. El silencio interrumpido sólo por el chirriar de las vías sobre los rieles decenas de personas el vagón se extiende más allá del límite de mi vista y se extiende hasta el horizonte, se repite como un juego de espejos, hombres y mujeres abrigados con tapados largos anteojos todos con periódicos. Ajenos al bamboleo de este metro que acelera y acelera. Y el retorcijón de mis entrañas se convierte en un tirón que me empuja al suelo, pero me resisto me afianzo en mi asiento y respiro hondo. Luz y oscuridad. El metro avanza sin parar en las estaciones. Pasa de largo por todos. Los andenes son apenas un vistazo, pero están vacíos. Nadie baja, nadie sube. Nadie mira por la ventanilla. Cientos de personas viajan conmigo en este vagón interminable. Pasan la página al unísono me tiemblan las piernas. No puedo controlar mis rodillas. Me paro. Me aferró a agarradera que cuelga el tubo a centímetros del techo para no caerme entre los sacudones del vagón. Me mareo cientos de dedos van al borde del periódico a la boca de cientos de personas y luego la esquina de cientos de páginas , cientos de páginas que pasando a la vez, me aturden. El eco de esta coreografía del infierno aturde. Tengo que saber que leen. En el lugar que hace un momento ocupaba. Hay una mujer sentada con su periódico. Lee atenta ajena. Me aferro a la agarradera me aclaro la garganta. Reconozco mi cara en la tapa. Ahora que la veo de cerca, ella no me mira, pero estoy convencido de que me va a reconocer cuando lo haga. Siento la sangre huyendo de mi. Me aclaro de nuevo la garganta, más fuerte no se inmuta. Disculpe, señora, le digo. Nada. Me incomoda que me ignore, la incertidumbre. Me carcome, señora. Insisto. Por si no mayor, pero me ignora de nuevo. Me canso. No pienso permitir que me pasan por alto. La ventanilla del vagón se iluminan y se apagan ni borrones carentes de luz de color. Los sacudones son constantes. Hago fuerza para no caerme. Siento los pies ligeros. Señora grito. Toda la mirada del vagón se enfocan en mí. Cientos y cientos de miradas hacia el horizonte en ambas direcciones. Me late fuerte el corazón. Me sacudo el pecho con cada golpe. 1000 ojos me apuñalan en silencio, absortos, luz y oscuridad. Nadie habla. Yo tampoco estoy mudo, señora. Repito, más bajo, por favor, me prestaría el periódico?. Quiero ojearlo un minuto. Cientos de pasajeros cierran el periódico a la vez, los doblan, estira la mano. No dejan de mirarme. Siento de manos estiradas. Una pasarela eterna de periódicos con mi cara la en la portada. Los temblores de mis piernas se extienden a mis brazos y a mi pecho, a mis propias manos. Tomo el periódico que me ofrece la señora me suelto del agarradera, me sacudo, pero logro evitar caerme al suelo. La señora enfrente mío lee el periódico. Cientos de pasajeros hacen lo mismo. Nadie me mira ya. Respiro aliviado. Mi cara. En efecto, en primera plana, el metro va a toda velocidad. No deja de acelerar. Las ventanillas destellan como relámpago sin ruido. Voy solo en el vagón. Desde los extremos de los horizontes trepa palma palmo a la oscuridad espesa del vacío. Ya no siento los sacudones ya no siento las miradas lacerantes. Me concentro ,lo intuyo. Pero tengo que saberlo. Abro el periódico, voy a la página ocho. Es apenas una columna, no más de 100 palabras. Mis latidos se ralentizan en medio de una calma, extraña. Floto. Ajeno a los dolores de esta ciudad podrida. Leo. Es una especie de obituario que se lee entero como un

titulo:

empresario capitalino se tira del balcón de un piso 20 El tren avanza. Ahora en silencio, la oscuridad se acerca suelto el periódico que desaparece antes de tocar el suelo que se hunde bajo mis pies. Me siento tranquilo a esperar la oscuridad esta fue una producción de dos chas laps contactos al correo hola, dos changos.