Homilías de cuatro minutos

Cuarto Domingo de Pascua

Joseph Pich

Buen Pastor 

            La tarea más importante del Buen Pastor es conducirnos al buen pasto, lleno de hierba verde. ¿Dónde se encuentra? Tenemos una idea equivocada de donde está. Pensamos que son las riquezas, los honores, la salud, el poder, el placer, la belleza o el amor. Son fines que buscamos dependiendo de nuestra edad y circunstancias. Sino estamos convencidos de que Jesús nos lleva a nuestra plenitud, como vamos a seguirlo. Ese es el problema. No creemos que Jesús nos está conduciendo al paraíso.

            Los santos son muy claros en este tema. Saben donde está el mejor pasto: en el cielo. Y quien los conduce: Jesús. Lo siguen sin pensárselo dos veces. Si el cielo existe, nuestras vidas deben ser medidas por esa realidad. El demonio trata de distraernos de nuestro destino, e intenta a toda costa que nos entretengamos con las cosas de aquí, que se rompen, desaparecen y nunca nos pueden llenar completamente. Son como el agua que se escurre entre los dedos de la mano. ¿Cuándo nos vamos a convencer de ello?

            Cuando Santa Teresita del Niño Jesús era pequeña, solía ir a su madre, le daba un beso y le decía: quiero que te mueras. Cuando era reprendida por ese deseo, decía con sus grandes ojos azules: pero no dices que para ir al cielo hay que morirse. Esta es la lógica de los niños. La muerte es la puerta del cielo, y como intentamos con todas nuestras fuerzas evitarla o retrasarla. Deberíamos ser más amigos de nuestra hermana la muerte, que nos hará el favor de llevarnos a la vida eterna. Es así como los santos miran a la vida y a la muerte, desde el otro lado de la cortina que nos separa de la eternidad. No nos damos cuenta de que esa tela es muy delgada; un pequeño roce y se rasga.

            Dios ha inscrito en nuestros corazones un deseo de eternidad, un anhelo de estar con Dios y con la gente que amamos para siempre. El Salmo 42 lo expresa con perfección: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” Dios lo ha hecho para que no nos perdamos o distraigamos de nuestro destino. Por eso nuestro corazón está siempre en tensión, nunca contento con lo que tenemos, con un deseo de infinitud e inmensidad. El Buen Pastor nos ayuda a caminar con nuestros ojos fijos en el cielo.

            Lo mejor que podemos hacer por los demás es ayudarles a llegar a estos pastos eternos. Eso es lo que importa en nuestras vidas. Como expresa el dicho con sabiduría: el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada. No podemos olvidar que estamos aquí para ir al cielo y traernos con nosotros a la gente que Dios ha puesto a nuestro lado. No podemos dejar a nadie detrás. Vamos a seguir al Buen Pastor más de cerca para no perdernos.

 

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