Homilías de cuatro minutos

Pentecostés

Joseph Pich

Pentecostés

            Hoy viene el Espíritu Santo. Queremos que permanezca con nosotros. ¿Cómo sabemos que es él? ¿Dónde lo encontramos? Hay algunos signos que nos muestran su presencia entre nosotros. Él es muy discreto, e intenta pasar desapercibido, pero podemos descubrir sus huellas en las almas. La primera es la bondad. Una persona que tiene el Espíritu Santo intenta hacer el bien. Se nota que tiene un buen corazón, que quiere ayudar a los demás, y que, a pesar de sus miserias, se da sin limitaciones. Hay algo en esa persona que revela el fuego del Paráclito, imposible de esconder.

            El segundo signo es consecuencia del primero: alegría; un gozo radiante y contagioso. Algo que notas y que te atrae. Aparece por los poros de la piel, una cara sonriente, carcajada limpia y un buen humor constante. Una persona que quieres tener alrededor tuyo, que enciende la conversación y que cambia el ambiente de cualquier encuentro. El Espíritu Santo no se encuentra en una actitud negativa, cínica, acusadora. Por sus frutos los conoceréis. A los niños les atrae gente alegre.

            La alegría del Espíritu Santo es incontenible, explosiva, no se pude dominar, como un volcán en erupción. Aparece cuando menos lo esperas. Ese es su tercer rastro: testimonio. Es el ejemplo de los santos, que produce un largo seguimiento, algunos a través de los siglos. Nos mueve, más lo que hacen, que lo que dicen. Sus vidas nos inspiran a imitarlos, a hacer cosas grandes por Dios. Leemos sus biografías para aprender de ellos, para encontrar lo que Dios quiere de nosotros.

            La cuarta señal es una disposición interior: un profundo deseo de Dios. Cuanto más lo descubrimos, más lo deseamos. Crece con el tiempo, como el buen vino. Queremos conocerlo mejor, comprender su esencia. Lo buscamos a través de libros, charlas, clases, podcasts, comentarios de la Biblia. Nunca estamos satisfechos con el conocimiento que tenemos; queremos más. Cuanto más le conocemos, más le amamos.

            Esto nos lleva a la quinta expresión de la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma: Amor. Es uno de sus nombres propios. Es para lo que hemos sido creados, lo que deseamos profundamente en nuestros corazones, la fuente de toda felicidad verdadera. Un amor que no se acaba, que siempre crece, que se ensancha, cambia, que nos llena. Es el amor que nos espera en el cielo, un amor que nos da un conocimiento especial, más profundo, personal, relacional. Conocemos y amamos con nuestro intelecto y voluntad. Los dos están relacionados. Cuanto más amamos, más conocemos. La Biblia utiliza el verbo conocer, para expresar la intimidad entre marido y mujer, porque queremos conocer a la persona que amamos. Conocimiento que lleva a desear la unión.

 

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