Homilías de cuatro minutos
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32 Domingo C La resurrección de los muertos
La resurrección de los muertos
Hoy en el evangelio los Saduceos intentan cazar a Jesús con un argumento tonto, contra la resurrección de los muertos. Gracias a ellos vemos a Jesús defendiendo esta verdad. A veces Jesús hace lo mismo con nosotros: nos da una lección a través de nuestra soberbia o egoísmo. Aunque cuesta un poco difícil de creer, los cristianos creemos que al final de los tiempos nos reuniremos con nuestros cuerpos. No sabemos muy bien cómo será, pero será nuestro cuerpo actual, glorioso o condenado. Es una manifestación de la importancia de nuestros cuerpos: nos hacen ser lo que somos. No son solo una caja o una cárcel donde nuestras almas están encerradas. Han sido creados por Dios para estar siempre unidos con nuestras almas en la eternidad. Esta realidad tiene tres consecuencias importantes.
Primero: nuestros cuerpos son muy buenos. Ama a tu cuerpo, cuídalo, dale gracias a Dios por el cuerpo que te ha dado. Hay mucha gente hoy en día que odia a su cuerpo y lo quiere cambiar. Viene de una visión equivocada que intenta separar el alma del cuerpo, con dos extremos: uno que dice que lo material es malo y que lo importante es lo espiritual; otra que dice que yo soy solo mi cuerpo y que puedo hacer con él lo que quiera. Lo que hacemos con nuestros cuerpos afectan nuestras almas y al revés. No se pueden separar. Si tomas drogas te adicionas a ellas. Si intentas cambiar de sexo lo complicas todo. Si haces el amor con cualquiera tu corazón se divide. Si dejas que la gula te venza, engordas. No se puede separar el alma del cuerpo: solo la muerte lo consigue. El alma existe informando todo nuestro cuerpo.
Segundo: nuestro cuerpo tiene una dignidad inmensa. San Pablo nos recuerda que somos templos del Espíritu Santo. Jesús tomó un cuerpo humano. Así debemos tratar nuestro cuerpo con respeto, lo cuidamos, lo honoramos, lo celebramos y lo enterramos. Durante los funerales lo rociamos con agua bendita y lo incensamos. Guardamos las cenizas en un lugar digno para rezar por nuestros familiares y amigos. Los ateos lanzan las cenizas al mar, para que se las coman los peces. Para ellos todo se ha acabado; para nosotros es un tiempo de espera. Veneramos las reliquias de los santos pues nos recuerdan de su presencia.
Tercero: somos nuestro cuerpo. Sin él no somos nada. Nuestro cuerpo nos hace ser lo que somos, hombres o mujeres. Nuestra identidad sexual no depende de cómo sintamos. De alguna manera nuestra alma tiene un sexo masculino o femenino. Nuestro cuerpo nos identifica, ocupando un lugar en el espacio y nos ayuda a relacionarnos con los demás. Contemplamos la realidad desde dentro de nuestro cuerpo. No podemos abandonarlo; tenemos que llevarlo a cuestas con nosotros, como las tortugas. Por mucho que lo intentemos, no podremos conseguir bajar nuestra alma espiritual en un disco duro.
La gente hoy en día niega estas realidades, fundamentalmente para justificar sus vicios o pasiones. La teoría del género destruye la antropología cristiana. En el siglo veinte asistimos a la lucha entre el bien común y la propiedad privada. Ahora es entre el sexo y el género. Como dice Cristopher West, tú eres insustituible, indispensable, irrepetible: se lo que eres. Ante Dios somos únicos.
josephpich@gmail.com