Homilías de cuatro minutos
Homilías de cuatro minutos
Tercer Domingo de Adviento
Tercer Domingo de Adviento A
“Tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y las tardías. Tened también vosotros paciencia.” Hoy, en la segunda lectura, la carta de Santiago nos anima a ser pacientes. Esperamos al Señor, pero no sabemos cuándo viene. Sabemos que nacerá en Navidad, pero no sabemos cuándo vendrá a recogernos, a llevarnos al lugar que ha preparado para cada uno de nosotros. Tiene mucha ilusión de enseñárnoslo, pero no estamos bien dispuestos, porque todavía estamos aquí.
La paciencia es una virtud de la que no hablamos con frecuencia. No es algo que nos hace famosos, algo de lo que nos enorgullecemos, pero nos hace falta a todos. Estamos rodeados de personas que nos cuesta aguantar: en el trabajo, en casa, entre nuestros amigos y familiares, en la iglesia, en la calle, esperando en la cola, conduciendo el coche o cuando nos hacen esperar en una llamada de teléfono. Nos enfadamos, nos frustramos, y perdemos la paz. Nos hace falta la paciencia para conservar la serenidad y alegría interior.
Es importante descubrir que Dios es paciente con nosotros. Cuando a los padres les nace el primer bebé, les cambia sus vidas completamente, pues es un trabajo de veinte cuatro horas al día. Crecen en la virtud de la paciencia, gracias al amor que sienten por sus hijos. El amor hace que los padres hagan por sus hijos cosas que no estamos dispuestos a hacer por los demás. Un bebé es siempre adorable y saca lo mejor de nosotros. Pero hacer lo mismo por los ancianos hace falta mucha caridad cristiana. El recordar lo que han hecho nuestros padres por nosotros, nos ayuda a cuidarlos cuando se hacen mayores.
Lo mismo ocurre con Dios. Cuando lo vemos como Padre, nos damos cuenta de que todo lo que nos ocurre tiene un significado. Deja que nos ocurran cosas, utiliza nuestra tozudez para sacar algo bueno, organiza las cosas de manera que, aunque no nos gusten, nos ayudan a la larga. Somos niños pequeños que no nos damos cuenta del alcance eterno de las cosas, y muchas veces nos rebelamos. Cuando profundizamos en nuestras vidas, comenzamos a entender lo que Dios ha hecho por nosotros. Tiene un plan que abarca toda nuestra vida. Nosotros somos impacientes y queremos las cosas aquí y ahora. Cuando vemos que paciente es Dios con nosotros, podemos aprender a ser pacientes con los demás. Dios trabaja con nosotros y debemos esperar a la otra vida para entender las cosas completamente.
Para esta virtud es bueno ir a nuestra Madre Santa María. Madres son una escuela de paciencia. Se puede ver cómo cambian las mujeres cuando tienen hijos, como crecen y maduran. Contemplando a María cuidando al Niño Jesús, podemos aprender a ser pacientes con los demás.
josephpich@gmail.com