Levitico, Una Ventana al Corazon de Dios Podcast

#54. La Purificación y La Paradoja de la Vaca Roja

Liliana Alvarez Season 2 Episode 54

En este episodio de “Números: Una Ventana al Corazón de Dios” exploramos uno de los pasajes más enigmáticos y profundos de la Torá: Números 19, el rito de purificación de la vaca roja.

Este rito, que parece extraño a primera vista, revela una verdad gloriosa: Dios provee purificación frente a lo inevitable —la muerte.

La vaca roja purificaba a los impuros, pero contaminaba a los puros que la preparaban. Era una paradoja divina, una sombra del sacrificio perfecto que habría de venir.

Como explica el rabino Jonathan Sacks: “Dios provee la cura antes de la enfermedad.”

Y en Cristo se cumple esa promesa: su sangre no solo purifica el cuerpo, sino que renueva la conciencia y da vida eterna.

Acompáñame a descubrir cómo Dios transforma la muerte en vida, la impureza en pureza y el temor en esperanza.

Hola amigos, bienvenidos. Gracias por acompañarme para el episodio #54 de “Números: Una Ventana al Corazón de Dios”.

En el episodio anterior, vimos cómo Dios le dio instrucciones directas a Aarón  sobre las responsabilidades y privilegios de los sacerdotes y levitas, quienes debían guardar el tabernáculo y proteger al pueblo de profanarlo. También vimos cómo Dios les proveía abundantemente a sus siervos. Dios le dio el regalo del sacerdocio a Aarón y sus hijos y les dio como regalo a los levitas para que les ayudaran en sus labores. Tanto los sacerdotes como los levitas estaban encargados de proteger el tabernáculo y aquí en Números 19, veremos otra manera de proteger el tabernáculo: cumplir con los rituales de purificación. 

En este episodio, “La Purificación y La Paradoja de la Vaca Roja”, exploraremos un rito que parece extraño a primera vista, pero que era esencial para proteger el tabernáculo, de las personas ritualmente impuras al haber tenido contacto con un muerto. Este estado de impureza estaba necesitado de purificación. Pero también ocurría algo muy particular: no solo purificaba a los impuros, sino que también hacía impuros a los puros. Parecía limpiar y contaminar al mismo tiempo. Lo más espectacular de esta realidad lo expresan las palabras del rabino Lord Jonathan Sacks: “Dios provee la cura antes de la enfermedad”.

El capítulo 19 se sitúa entre dos realidades muy distintas, pero profundamente conectadas. Por un lado, en el capítulo 18, Dios había dado a Aarón instrucciones precisas sobre el sacerdocio, los levitas y sus responsabilidades para proteger el tabernáculo y preservar la santidad del pueblo.

Por otro lado, el capítulo 20 marca un giro dramático en la narrativa: allí comienza a relatarse la muerte de los líderes, empezando con Miriam. En medio de esas dos escenas —la del servicio sacerdotal y la de la muerte— se encuentra el capítulo 19, que ofrece una enseñanza vital.

Dios da instrucciones claras a Moisés y a Aarón para mostrar que el peligro para la comunidad no siempre venía de rebeliones abiertas como la de Coré, sino también de algo mucho más sutil y cotidiano: la contaminación que producía el contacto con la muerte. 

 

 

Aquí encontramos la orden de la vaca roja, un sacrificio singular que parece desafiar la lógica, pero que encierra una verdad gloriosa: Dios provee purificación incluso frente a lo que más tememos: la muerte.

Voy a leer el capítulo 19 de Números de la Nueva Versión Internacional y dice:

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: 2 «El siguiente estatuto forma parte de la ley que yo, el Señor, he promulgado: Los israelitas traerán una vaca de piel rojiza, sin defecto, y que nunca haya llevado yugo. 3 La entregarán al sacerdote Eleazar, quien ordenará que la saquen fuera del campamento y que en su presencia la degüellen. 4 Después el sacerdote Eleazar mojará el dedo en la sangre y rociará siete veces en dirección a la Tienda de reunión. 5 Hará también que la vaca sea incinerada en su presencia. Se quemará la piel, la carne y la sangre, junto con el excremento. 6 Luego el sacerdote tomará ramas de cedro y de hisopo, y un paño escarlata, y lo echará al fuego donde se incinere la vaca. 7 Finalmente, el sacerdote lavará sus vestidos y se bañará. Después de eso podrá volver al campamento, pero quedará impuro hasta el anochecer. 8 El que incinere la vaca lavará también sus vestidos y se bañará, y quedará impuro hasta el anochecer.

9 »Un hombre ritualmente puro recogerá las cenizas de la vaca y las llevará a un lugar puro fuera del campamento. Allí se depositarán las cenizas para que la comunidad israelita las use como sacrificio por el perdón, junto con el agua de purificación. 10 El que recoja las cenizas de la vaca lavará también sus vestidos y quedará impuro hasta el anochecer. Este será un estatuto perpetuo para los israelitas y para los extranjeros que vivan entre ellos.

El uso del agua de la purificación

11 »Quien toque el cadáver de alguna persona, quedará impuro durante siete días. 12 Para purificarse, los días tercero y séptimo usará el agua de la purificación y así quedará puro. Pero si no se purifica durante esos días, quedará impuro. 13 Quien toque el cadáver de alguna persona, y no se purifique, contamina el santuario del Señor. Tal persona será eliminada de Israel, pues habrá quedado impura por no haber sido rociada con las aguas de purificación.

14 »Esta es la ley que se aplicará cuando alguien muera en alguna de las tiendas: Todo el que entre en la tienda, y todo el que[a] se encuentre en ella, quedará impuro siete días. 15 Toda vasija que no haya estado bien tapada también quedará impura.

16 »Quien al pasar por un campo toque el cadáver de alguien que haya muerto en batalla o de muerte natural, o toque huesos humanos o un sepulcro, quedará impuro siete días.

17 »Para purificar a la persona que quedó impura, en una vasija se pondrá un poco de la ceniza del sacrificio por el perdón y se le echará agua fresca. 18 Después de eso, alguien ritualmente puro tomará una rama de hisopo, lo mojará en el agua, y rociará la tienda y todos sus utensilios, y a todos los que estén allí. También se rociará al que haya tocado los huesos humanos, el cadáver de alguien que haya sido asesinado o que haya muerto de muerte natural, o el sepulcro. 19 El hombre ritualmente puro rociará a la persona impura los días tercero y séptimo. Al séptimo día, purificará a la persona impura, la cual lavará sus vestidos y se bañará. Así quedará purificada al anochecer. 20 Pero si la persona impura no se purifica, será eliminada de la comunidad por haber contaminado el santuario del Señor. Tal persona habrá quedado impura por no haber sido rociada con las aguas de purificación. 21 Este es un estatuto perpetuo para Israel.

»El que rocía con las aguas de purificación también lavará sus vestidos, y quien toque el agua de purificación quedará impuro hasta el anochecer. 22 Todo lo que el impuro toque quedará impuro y quien lo toque a él también quedará impuro hasta el anochecer».

Jonathan Sacks dice, “La ley es el camino que nos conduce de regreso del caos al orden, de la discordia a la armonía, de la muerte a la vida.” Así que Dios, en su misericordia, provee aquí un medio extraordinario para purificar al pueblo sin necesidad de un sacrificio costoso:

Vamos a desglosar este capítulo en dos partes de la siguiente manera:

1.    La vaca roja (V 1–10). El capítulo comienza con una orden precisa de parte del Señor a Moisés y Aarón: el pueblo debía llevar una vaca roja, perfecta, sin defecto ni mancha, que nunca hubiera llevado yugo. Su color rojizo también era representativo de la sangre, ya que su piel sería quemada en su totalidad sobre el fuego. Además, no había sido usada de manera común, es decir, no fue utilizada para ningún trabajo, así que era apartada y consagrada para el Señor. El sacerdote Eleazar, hijo de Aaron, sería el encargado de todo el proceso que se llevaría a cabo en su presencia. La vaca se llevaba fuera del campamento a ser degollada y Eliazar untaba su dedo en la sangre y luego la rociaba siete veces en dirección a la tienda de reunión. Esto era importante, ya que la sangre no se derramaría al lado del altar de bronce, ni se rociaría delante de la cortina del santuario, y no se pondría sangre en los cuernos del altar de incienso, como en el sacrificio de purificación en Levítico. Te invito a escuchar los episodios #6 y #17 de Levítico donde exploramos más a fondo la ofrenda de purificación. El animal se quemaría por completo con ramas de cedro, de hisopo y un paño escarlata. Las cenizas serían recogidas por otro hombre ritualmente puro y las guardaría en un lugar limpio fuera del campamento, para ser usadas con el agua de purificación.  Esta ofrenda sería distinta a todas las demás; no se ofrecía sobre el altar, sino que debía realizarse fuera del campamento y su propósito no era ofrecer adoración en el altar, sino proveer purificación continua para el pueblo.

La madera de cedro, el hisopo y lana escarlata también se usaban para purificar a los que sufrían de enfermedades de piel. Levitico 14:4 dice, “llevará a cabo una ceremonia de purificación, usando para ello dos aves vivas que estén ceremonialmente puras, un palo de cedro, un hilo escarlata y una rama de hisopo.”

Jacob Milgrom explica que la clave para entender este misterio está en la frase del versículo 9: “Es un ḥaṭṭāʾt” —una ofrenda de purificación. Su función no era expiar pecado moral, sino eliminar contaminación. Milgrom dice: “El elemento que realiza la descontaminación es la sangre, y esta infunde a las cenizas con su poder purificador.” (Numbers, p. 439)

Milgrom continúa diciendo: debe hacerse la pregunta: ¿Por qué se conservaron las cenizas? ¿Por qué los legisladores sacerdotales no eliminaron esta anomalía del rito de purificación ḥaṭṭāʾt prescrito para la contaminación por cadáver?

La respuesta seguramente es que la contaminación por cadáver provocaba en las personas un miedo obsesivo e irracional.

En un ritual mesopotámico Namburbi, la víctima temía mortalmente que el mal que había visto lo hubiera contaminado con una impureza letal, y necesitaba un encantamiento de exorcismo además de sacrificar, bañarse, cambiarse de ropa y permanecer encerrado en su casa durante siete días.

El historiador Josefo confirma que ese miedo persistía incluso en tiempos rabínicos: relata que el rey Herodes tuvo que usar la fuerza para lograr que los judíos se establecieran en la recién construida Tiberíades, porque la ciudad había sido edificada sobre un cementerio. Para calmarlos, tuvo que construirles casas y entregarles terrenos (Antigüedades 18.36–38).

Por tanto, es razonable pensar que una persona contaminada por un cadáver esperaba un tipo de exorcismo, una aplicación de fuerzas purificadoras opuestas que expulsaran de su cuerpo la temida impureza.

La vaca roja era una ofrenda paradójica porque purificaba a los impuros, pero contaminaba a los puros que la preparaban. Jonathan Sacks dice que esta ofrenda, “Parecía limpiar y contaminar al mismo tiempo.” (Numbers: The Wilderness Years, p. 299) El sacerdote, la persona que incineraba la vaca y el que recogía las cenizas, quedaba ritualmente impuro hasta el anochecer y debía lavar sus vestidos y bañarse con agua antes de poder regresar al campamento.

2.    Las Cenizas y el Agua de Purificación (vv. 11–22). Esta segunda sección explica cómo las cenizas debían ser usadas para purificar a quienes habían tocado un cadáver.

Cualquiera que entrara en contacto con la muerte quedaba impuro por siete días (v. 11). Al tercer y séptimo día debía ser rociado con el agua de purificación, una mezcla de agua viva y las cenizas de la vaca roja. El propósito era claro, la impureza no podía permanecer en medio del campamento porque la presencia de Dios es vida.

Gordon Wenham explica que: “El tabernáculo debía ser protegido de la contaminación,porque el contacto con la muerte podía profanar la morada del Dios viviente.” (Numbers, p. 163)

Rehusarse a ser rociado con el agua era un acto de rebelión espiritual. Quien no se purificaba “profanaba el santuario del Señor” (v. 20) y debía ser eliminado del pueblo. Pero quien se sometía al rito quedaba limpio y podía volver a participar de la vida comunitaria y de la adoración.

El tipo de impureza más grave era el contacto con un muerto. Cualquiera que tocara un cadáver, un hueso humano o una tumba, o que entrara en la tienda de un muerto, quedaba impuro por siete días. La impureza era tan contagiosa que se extendía a todo lo que el impuro tocaba (v. 22). Y si esa contaminación no se trataba, terminaba profanando el tabernáculo del Señor (v. 13).

Me fascinan las palabras profundas del rabino Jonathan Sacks acerca de esta ley: “La ley de la vaca roja honra la realidad de la muerte. No la niega. La muerte es real, el duelo es inevitable… pero Dios es vida. El toque de Dios, como las gotas del agua de purificación, sana nuestra pérdida y nos devuelve a la vida.” (Numbers: The Wilderness Years, p. 307)

La vaca roja, entonces, no solo trataba con la impureza ritual, sino que sanaba el corazón del pueblo frente a la pérdida. Era un recordatorio de que, aun en medio de la muerte y del duelo, Dios es el Dios de los vivos y la cercanía a EL continúa dando vida a los que lo adoran.

Solo Dios es verdaderamente puro, y todo lo que se acerca a Él debe ser transformado —aun si eso implica una purificación que pasa por el fuego o la muerte. La vaca roja se convierte en el medio para vencer la impureza adquirida por contacto con la muerte.

Es el anuncio velado de un sacrificio mayor, donde la muerte de Uno traería vida para todos.

Y que dice el Nuevo Testamento:

1.    Así como la vaca roja, Jesús fue sacrificado fuera del campamento. Su sangre no solo purifica el cuerpo, sino que renueva la conciencia y da vida eterna. El sacrificio que contamina al puro y purifica al impuro encuentra su plenitud en el Cordero sin mancha, quien llevó nuestra impureza para darnos su santidad. En Cristo se resuelve la paradoja: el puro adquiere la impureza y el impuro adquiere pureza.

Hebreos 9:13-15 dice, “La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera. Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente! Por eso Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna prometida, ahora que él ha muerto para liberarlos de las transgresiones cometidas bajo el primer pacto.”

1 Juan 1:7 dice, “Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.”

2.    Así como las cenizas de la vaca roja purificaban al que tocaba un muerto y le permitían acercarse de nuevo a Dios al ser restaurado sin ningún temor a la muerte, Jesús liberó a los que estaban esclavos al temor a la muerte.

Hebreos 2:14-15 dice, “Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida.”

Y como podemos aplicarlo a nuestras vidas

1.    Reconoce la gravedad del pecado.

Así como la muerte contaminaba todo lo que tocaba, el pecado contamina y tiene poder destructivo. Pero hay un remedio eficaz: la sangre de Cristo, el sacrificio que purifica completamente.

2.    Permite que Dios purifique tu corazón.

Negarse a la purificación en Números 19 significaba ser eliminado del pueblo (v. 20).

Hoy, resistir la gracia de Cristo es rechazar el único camino a la comunión con Dios.

3.    Vive con esperanza frente a la muerte.

Lo que antes era impureza, Jesús lo transformó en esperanza. Su muerte redime incluso nuestra mortalidad, prometiendo resurrección.

“Dios provee purificación para su pueblo frente a lo inevitable: la muerte. La muerte no era un obstáculo para que la vida y la adoración continuaran. El Señor estableció esta ley de purificación porque Él —que es amor— es también el autor de la vida y de la verdadera adoración.”

La vaca roja nos enseña que Dios provee pureza en medio de la muerte, y que su poder redentor puede transformar lo impuro, lo temido y lo imposible.

Lo que contaminaba, Él lo usa ahora como instrumento de vida. El sacrificio que ensuciaba a los puros ahora limpia a los impuros. Y lo que una vez se hacía fuera del campamento, Cristo lo llevó hasta la cruz para abrirnos el camino al santuario eterno.

“El sacrificio de la vaca roja nos recuerda que la pureza no se logra evitando el pecado, sino rindiendo nuestra impureza ante Aquel que puede limpiarla por medio de su sangre.”

Te quiero dejar con esta inquietud: ¿Estás permitiendo que Cristo —quien fue ofrecido fuera del campamento—purifique tu conciencia de obras muertas, para que puedas servir al Dios vivo con un corazón limpio? Hasta la próxima semana, si Dios lo permite. Bendiciones.