Levitico, Una Ventana al Corazon de Dios Podcast

#55. La Muerte es Inevitable: No todo el que comienza una tarea, la termina

Liliana Alvarez Season 2 Episode 55

En este episodio, llegamos a uno de los momentos más conmovedores en la vida de Moisés. Después de casi cuarenta años en el desierto, el liderazgo de Miriam, Aarón y Moisés llega a su fin. Sus muertes marcan el cierre de una generación y el comienzo de otra que se prepara para entrar en la Tierra Prometida.

Desde las aguas de Meribá hasta el monte Hor, este capítulo nos recuerda que la obediencia es más importante que los resultados, que el enojo puede robarnos la bendición y que las transiciones forman parte del plan de Dios.

La roca que Moisés golpeó —Cristo mismo, la fuente de agua viva— sigue invitándonos hoy a hablarle con fe, no con frustración.

Porque Él ya fue golpeado una vez… para que tú y yo pudiéramos acudir a Él siempre.


Hola amigos, bienvenidos. Gracias por acompañarme en este episodio #55 de “Números: Una Ventana al Corazón de Dios.”

En los últimos capítulos hemos caminado junto a Israel a través del desierto, observando cómo su corazón, una y otra vez, revela los mismos patrones: la queja, la incredulidad y el deseo de volver a Egipto. Vimos cómo el miedo y la falta de fe impidieron a toda una generación entrar en la Tierra Prometida.

En el episodio anterior, “La Purificación y La Paradoja de la Vaca Roja”, exploramos el rito de la vaca roja, aunque parecía extraño a primera vista, pero era esencial para proteger el tabernáculo de las personas ritualmente impuras al haber tenido contacto con un muerto. Pero también ocurría algo muy particular: no solo purificaba a los impuros, sino que también hacía impuros a los puros. Parecía limpiar y contaminar al mismo tiempo. Lo más espectacular de esta realidad lo expresan las palabras del rabino Lord Jonathan Sacks: “Dios provee la cura antes de la enfermedad”.

En este episodio, “La Muerte es Inevitable, No todo el que comienza una tarea, la termina”, llegamos a uno de los momentos más dolorosos en la vida de Moisés. Después de casi cuarenta años de liderazgo, el pueblo vuelve a quejarse por agua… y esta vez, la reacción de Moisés cambiará el curso de su historia. Veremos cómo la ira y el cansancio lo llevan a desobedecer a Dios, y cómo ese acto aparentemente pequeño tuvo consecuencias severas.

Este capítulo también nos muestra el final de una era: la muerte de Miriam, el juicio de Dios sobre Moisés y Aarón, la muerte de Aarón y el traspaso del sacerdocio a Eleazar. Tres eventos que cierran el ciclo del desierto y preparan el camino para una nueva generación que entrará en la tierra prometida.

Voy a leer el capítulo 20 de Números de la Nueva Versión Internacional y dice:

Toda la comunidad israelita llegó al desierto de Zin el mes primero y acampó en Cades. Fue allí donde Miriam murió y fue sepultada.

Como hubo una gran escasez de agua, los israelitas se amotinaron contra Moisés y Aarón, y le reclamaron a Moisés: ¡Ojalá también hubiéramos muerto cuando nuestros hermanos cayeron muertos en presencia del Señor!  ¿No somos acaso la asamblea del Señor? ¿Para qué nos trajiste a este desierto a morir con nuestro ganado?  ¿Para qué nos sacaste de Egipto y nos metiste en este horrible lugar? Aquí no hay semillas, ni higueras, ni viñas, ni granados, ¡y ni siquiera hay agua para beber!.

Moisés y Aarón se apartaron de la asamblea y fueron a la entrada de la Tienda de reunión, donde se postraron rostro en tierra. Entonces la gloria del Señor se manifestó ante ellos, y el Señor dijo a Moisés: Toma la vara y reúne a la asamblea. En presencia de esta, tú y tu hermano ordenarán a la roca que dé agua. Así harán que de ella brote agua, y darán de beber a la asamblea y a su ganado.

Tal como el Señor se lo había ordenado, Moisés tomó la vara que estaba ante el Señor. Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés dijo: ¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca?. Dicho esto, levantó la mano y dos veces golpeó la roca con la vara, y brotó agua en abundancia, de la cual bebieron la asamblea y su ganado.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado en mí ni haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he dado».

A estas aguas se les conoce como la fuente de Meribá, porque fue allí donde los israelitas discutieron con el Señor, y donde él manifestó su santidad.

Desde Cades, Moisés envió emisarios al rey de Edom, con este mensaje:

Así dice tu hermano Israel: Tú conoces bien todas las dificultades que hemos encontrado. Sabes que nuestros antepasados fueron a Egipto, donde durante muchos años vivimos, y que los egipcios nos maltrataron a nosotros y a nuestros antepasados. También sabes que clamamos al Señor, y que él escuchó nuestra súplica y nos envió a un ángel que nos sacó de Egipto.

Ya estamos en Cades, población que está en las inmediaciones de tu territorio. Solo te pedimos que nos dejes cruzar por tus dominios. Te prometo que no entraremos en ningún campo ni viña; tampoco beberemos agua de ningún pozo. Nos limitaremos a pasar por el camino real, sin apartarnos de él para nada, hasta que salgamos de tu territorio.

Pero el rey de Edom mandó a decir: No crucen por mis dominios; de lo contrario, saldré con mi ejército y los atacaré.

Los israelitas insistieron: Solo pasaremos por el camino principal y, si nosotros o nuestro ganado llegamos a beber agua de tus pozos, te lo pagaremos. Lo único que pedimos es que nos permitas pasar por él. Pero el rey fue tajante en su respuesta: ¡Por aquí no pasarán!

Y salió contra ellos con un poderoso ejército, resuelto a no dejarlos cruzar por su territorio. Así que los israelitas se vieron obligados a ir por otro camino.

Toda la comunidad israelita partió de Cades y llegó al monte Hor,  cerca de la frontera de Edom. Allí el Señor dijo a Moisés y a Aarón: Pronto Aarón partirá de este mundo, de modo que no entrará en la tierra que he dado a los israelitas porque ustedes dos se rebelaron contra la orden que les di en la fuente de Meribá. Así que lleva a Aarón y a su hijo Eleazar al monte Hor. Allí quitarás a Aarón sus vestiduras sacerdotales y se las pondrás a su hijo Eleazar, pues allí Aarón morirá y se reunirá con sus antepasados.

Moisés llevó a cabo lo que el Señor le ordenó. A la vista de todo el pueblo, los tres subieron al monte Hor. Moisés le quitó a Aarón las vestiduras sacerdotales y se las puso a Eleazar. Allí, en la cumbre del monte, murió Aarón. Luego Moisés y Eleazar descendieron del monte. Y cuando todo el pueblo se enteró de que Aarón había muerto, lo lloró durante treinta días.

En este capítulo comenzamos a ver una transición después de casi cuarenta años en el desierto. Esta transición marca el inicio de un cambio de liderazgo: lo antiguo da paso a lo nuevo. Los líderes que nacieron en Egipto —Miriam, Moisés y Aarón— se enfrentan a lo inevitable: la muerte. Y no se trata solamente de una muerte física, sino que se aproxima el final de un viaje que culminaría con la llegada a la tierra prometida.

 Aquí también encontramos una introducción a la tercera y última narrativa de viaje que comenzó en Éxodo. Recordemos que el primer recorrido es desde el Mar Rojo hasta el Monte Sinaí (Éxodo 13–19); el segundo viaje abarca desde el Monte Sinaí hasta Cades(Números 11–12); y esta última etapa resume las travesías desde Cades hasta los llanos de Moab (Números 20–21).

Vamos a desglosar este capítulo de la siguiente manera:

1.    El comienzo del fin de una generación: la muerte de Miriam (v.1)

“El pueblo de Israel y toda la comunidad, llegó al desierto de Zin en el mes primero y acampó en Cades. Allí murió Miriam y fue sepultada.”(Números 20:1, NVI) Con esta breve pero solemne frase comienza el capítulo. Miriam, la hermana de Moisés y Aarón, la profetisa que cantó la victoria después del cruce del Mar Rojo, muere en Cades, el mismo lugar donde años atrás la generación anterior se rebeló contra Dios. Las Escrituras no registran la edad de Miriam; la mejor estimación —basada en el hecho de que era la hermana mayor de Moisés— es que ella debía haber tenido entre 125 y 130 años al momento de su muerte. 

Su muerte marca el comienzo del fin de una generación y el inicio de otra. Ella había sido testigo del poder de Dios en Egipto, de su provisión en el desierto, y de su juicio contra los rebeldes. Su vida fue un recordatorio de que el liderazgo, por más fiel que sea, tiene un tiempo determinado. Dios levanta personas para temporadas específicas, pero su propósito trasciende a los hombres. Miriam muere, pero el plan de Dios sigue su curso. Dios cierra capítulos no por castigo, sino porque está preparando algo nuevo.

Gordon Wenham en su comentario de Numeros dice, “Miriam, la hermana de Moisés, fue la principal protagonista femenina en la historia del éxodo, y por lo tanto es apropiado que su muerte sea recordada (Éxodo 2:4–9; 15:20–21; Números 12).

2.    La falta de agua y la queja del pueblo (vv.2–13) “Como no había agua para la comunidad, el pueblo se amotinó contra Moisés y Aarón. El pueblo discutió con Moisés y dijo: ‘Ojalá hubiéramos muerto cuando nuestros hermanos cayeron ante el Señor. ¿Por qué trajeron ustedes a la asamblea del Señor a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestro ganado?’”(Números 20:2–4, NVI) Había pasado casi 40 años… y parece que nada había cambiado. La nueva generación repite las quejas de sus padres. El ciclo del descontento continuaba. En lugar de recordar las lecciones del pasado, caen en el mismo patrón: murmurar, culpar y dudar del carácter de Dios. La incredulidad no se disuelve con el tiempo; solo se rompe con obediencia y fe. El desierto era un instrumento que podía purificar o endurecer el corazón, revelando qué hay adentro. Cuando leemos esta historia, es fácil creer que no somos iguales a Israel y que posiblemente haríamos lo contrario. La realidad es que somos como Israel, volvemos a hacer, decir y pensar lo mismo sin aprender de lecciones pasadas; eso es lo que ocurrió aquí. Como en otras rebeliones, Moisés y Aarón se postraron rostro en tierra y la gloria del Señor se hizo presente delante de ellos. Dios le responde a Moisés diciéndole: toma la vara, reúne a la asamblea y en presencia de ella tú y tu hermano le ordenarán a la roca que dé agua. Hicieron todo conforme a lo que el Señor les había dicho, pero Moisés les dijo: ¡Escuchen, rebeldes! ¿Acaso tenemos que sacarles agua de esta roca? Luego levanto la vara y golpeo la roca dos veces y broto agua en abundancia. Una vez más, Moisés hace lo correcto al principio: se postra delante de Dios. La gloria divina se manifiesta y Dios da una instrucción clara: “Hablen a la roca”. Era una oportunidad para que Moisés y Aarón mostraran la santidad de Dios ante el pueblo, manifestando su poder por medio de la obediencia y la fe. Hay un punto muy interesante y es que Moisés llevaba 40 años lidiando con el pueblo. Ya él tenía casi 120 años. Su hermana mayor acababa de morir y es posible que en medio de su duelo y rabia con el pueblo lo llevaran al punto de hacer su voluntad y no la de Dios. Llamo al pueblo, rebeldes. Es posible que tuviera ya en su corazón hostilidad y cansancio con la falta de contentamiento del pueblo. Además, en vez de hablarle a la roca, la golpeo dos veces. Dios, en su inmensa misericordia, aunque no se hizo su voluntad, les dio agua. Hay muchas conjeturas acerca del pecado que Moisés y Aaron cometieron, lo claro es que Dios declara consecuencias claras diciendo:

 1. Por no haber confiado en mi y 

2. Por no haber reconocido mi santidad en presencia del pueblo entonces no serán ustedes los que lleven a esta comunidad a la tierra que les he prometido. El problema no fue solo que Moisés golpeara la roca, sino que actuó desde la frustración y la ira. En su enojo, se apropió de la gloria de Dios: “¿Acaso tenemos que sacarles agua?” El milagro ocurre, pero Moisés pierde la bendición. Dios fue fiel a Su pueblo… pero disciplinó a su siervo. El lugar fue llamado Meribá, que significa “contienda”, porque allí el pueblo contendió contra el Señor.

Imagínese llegar casi al final del recorrido y de la lucha para luego no entrar. Lo interesante es que Dios no dice nada de la queja del pueblo, pero sí dictamina sobre Moisés y Aaron. El rabino Jonathan Sacks hace un comentario muy interesante y dice: “El hecho sorprendente acerca de Moisés y la roca es la manera en que él siguió el precedente. Casi cuarenta años antes, en circunstancias similares, Dios le había dicho que tomara su vara y golpeara la roca. Ahora también, Dios le dijo que tomara su vara. Evidentemente, Moisés infirió que debía actuar esta vez igual que antes, y eso fue exactamente lo que hizo: golpeó la roca. Lo que no comprendió fue que el tiempo había cambiado en un detalle esencial: ahora se enfrentaba a una nueva generación. Las personas que había confrontado la primera vez eran aquellas que habían pasado gran parte de sus vidas como esclavos en Egipto. Los que ahora tenía delante habían nacido en libertad, en el desierto.” Sacks continúa: “Fue una consecuencia inevitable del hecho de que era mortal. Una figura capaz de liberar a esclavos hacia la libertad no es la misma que aquella capaz de guiar a seres humanos libres desde una existencia nómada en el desierto hacia la conquista y el asentamiento de una tierra.”

A veces podemos hacer “la obra de Dios” de la manera equivocada: cumplir la tarea, pero perder la bendición y con frustración, terminamos golpeando lo que Dios nos llamó a hacer y no en nuestra propia sabiduría.

3.    Edom le niega paso a Israel (vv.14–21) Moisés envía un mensaje pacífico a Edom, el pueblo descendiente de Esaú, pidiendo pasar por su territorio. Les promete no tocar campos ni pozos, pero Edom responde con hostilidad y los amenaza con espada. Israel no pelea; simplemente rodea su territorio y continúa su camino. Israel ya estaba en la frontera sur de la tierra prometida. Hoy en día sería la parte suroeste de Jordania. 

Israel entendió que no era necesario confrontar todo obstáculo en su camino. Habría más batallas y no era necesario pelearlas todas. A veces, obedecer a Dios significa tomar el camino más largo, pero más seguro. La fe también se demuestra en la paciencia.

4.    La muerte de Aarón en el monte Hor (vv.22–29) Israel partió de Cades y llegó al monte Hor. “El Señor dijo a Moisés y a Aarón en el monte Hor, en la frontera de Edom:‘Aarón será reunido con sus antepasados. No entrará en la tierra que he dado a los israelitas, porque ustedes se rebelaron contra mi orden en las aguas de Meribá.’ Moisés quitó a Aarón sus vestiduras y se las puso a su hijo Eleazar. Aarón murió allí, en la cumbre del monte. Y toda la comunidad lloró por él treinta días.”(Números 20:23–29, NVI)

La escena es profundamente conmovedora. Moisés y su hermano Aaron, con quien había caminado durante toda su vida, debían subir al monte Hor acompañados de su sobrino Eleazar. Allí debía quitarle las vestiduras sacerdotales a su hermano y ponérselas a Eleazar. ¡Aaron muere! El sacerdocio continuaba, pero Aarón no. Números 33:37-39 dice: Partieron de Cades y acamparon en el monte Hor, en la frontera con Edom. Por orden del Señor, el sacerdote Aarón subió al monte Hor, donde murió el día primero del mes quinto, cuarenta años después de que los israelitas habían salido de Egipto. Aarón murió en el monte Hor a la edad de ciento veintitrés años.” Moisés enterró a sus hermanos. Ahora él debía preparar al próximo líder ya que su tiempo de partir con sus antepasados se acercaba. 

El peso de la santidad de Dios es real: los líderes espirituales no están exentos de disciplina. Sin embargo, aun en la disciplina, hay gracia: Aarón murió en paz, con la gratificación de haber servido fielmente y con la certeza de que su hijo continuaría el ministerio. 

Bueno y qué dice el Nuevo Testamento:

En vez de reflejar la gracia y fidelidad de Dios, Moisés mostró irritación y frustración y su enojo lo llevó a desobedecer; Jesús, en cambio, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!

En Éxodo 17, Moisés había golpeado la roca por instrucción divina; esa primera roca prefiguraba a Cristo, quien fue herido una vez por nuestra salvación. Pero ahora, debía hablarle a la roca. La roca no debía ser golpeada dos veces, porque Cristo no necesita ser crucificado de nuevo (Hebreos 9:28).

1 Corintios 10:3-5 dice: “Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. Sin embargo, la mayoría de ellos no agradaron a Dios y sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.”

Hebreos 9:28 dice: También Cristo fue ofrecido en sacrificio una sola vez para quitar los pecados de muchos. Aparecerá por segunda vez ya no para cargar con pecado alguno, sino para traer salvación a quienes lo esperan.

En Aarón vemos el límite del sacerdocio humano, la muerte; en Cristo, tenemos un sacerdote que nunca muere. 

Hebreos 7:23-25 dice: Ahora bien, a los sacerdotes la muerte les impedía seguir ejerciendo sus funciones y por eso hemos tenido muchos de ellos; pero como Jesús permanece para siempre, su sacerdocio es imperecedero. Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.”

Y como podemos aplicarlo a nuestras vidas

1.    Dios se interesa más en la obediencia que en los resultados. El agua salió, pero Moisés perdió la promesa. La obediencia parcial es desobediencia total.

2.    El enojo puede hacernos perder la perspectiva espiritual. La frustración puede hacernos reaccionar como si Dios necesitara nuestra fuerza, cuando en realidad Él busca nuestra fe.

3.    Las transiciones son parte del plan de Dios. Miriam y Aarón mueren, Moisés se acerca a su final, pero la obra de Dios sigue. Él siempre prepara a una nueva generación. No todo el que comienza la obra, la termina.

Cristo es nuestra Roca eterna.

Fue golpeado una vez por nosotros; ahora solo debemos hablarle. Ya no necesitamos repetir el sacrificio, solo acercarnos con fe (Hebreos 10:19–22).

Querido oyente, quizás tú también has tomado en tus propias fuerzas lo que Dios te pidió que hicieras en fe.

Quizás has reaccionado con enojo, cansancio o frustración en el proceso de servir a Dios.

Pero hoy, el mismo Dios que proveyó agua de la roca te recuerda:

“Yo sigo siendo tu fuente.”

 

Cristo fue golpeado una vez para que tú pudieras hablarle siempre. No necesitas una vara… créele y obedécele.

 

Quiero terminar con estas palabras tan profundas de Jonathan Sacks,

Hay una diferencia crucial entre los esclavos y los seres humanos libres. Los esclavos responden a las órdenes.

Las personas libres no.

Ellas deben ser educadas, informadas, instruidas y enseñadas, porque, de lo contrario, no aprenderán a asumir responsabilidad.

Los esclavos entienden que una vara se usa para golpear.

Así es como los amos los obligan a obedecer.

De hecho, ese fue el primer encuentro de Moisés con su pueblo, cuando vio a un egipcio golpeando a un israelita.

Pero a los seres humanos libres no se les debe golpear.

Ellos no responden al poder, sino a la persuasión.

Necesitan que se les hable.

Lo que Moisés no logró oír —ni entender— fue que la diferencia entre el mandamiento de Dios de entonces y el de ahora (“golpea la roca” y “háblale a la roca”) era esencial.

El simbolismo en cada caso estaba cuidadosamente ajustado a las mentalidades de dos generaciones diferentes:

A un esclavo se le golpea, pero a una persona libre se le habla.

El Señor te bendiga y te guarde;
El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te extienda su amor;
El Señor mueva su rostro hacia ti y te conceda la paz”.

 

Hasta la próxima semana, si Dios lo permite.