Continuamos con nuestra miniserie especial Narrativas Rusas, en la que intentamos comprender cómo los acontecimientos históricos, las referencias culturales y las identidades lingüísticas son utilizados con fines políticos. Hoy nos centraremos en una de las narrativas fundamentales del discurso ruso, que estuvo en el origen de la invasión de Ucrania y que aún hoy forma una parte central de la propaganda rusa: Ucrania es parte de Rusia. Esta narrativa se basa en lemas como “una nación, una lengua, una historia” y su objetivo es cuestionar la propia existencia de Ucrania como Estado soberano.

Desde la perspectiva rusa, Ucrania no se presenta como una nación independiente, sino como una parte escindida de la Rus histórica, más tarde del Imperio zarista y finalmente de la Unión Soviética. Este punto de vista no se basa en fuentes históricas objetivas, sino en interpretaciones manipuladas que ignoran las diferencias lingüísticas, culturales y políticas del pueblo ucraniano. El idioma ucraniano se menosprecia como un “dialecto rural del ruso”, la historia de Kiev se apropia como parte de la identidad rusa, y la independencia de Ucrania se describe como resultado de la manipulación occidental.

El liderazgo ruso sostiene repetidamente que no existen diferencias sustanciales entre Rusia y Ucrania, porque según esta ideología, ambos pueblos forman parte del llamado “mundo ruso”. Esta idea sirve como fundamento ideológico del concepto de Russkiy Mir, una doctrina que pretende unificar a todos los “rusos” sin importar las fronteras estatales, y que justifica la intervención en los asuntos de países vecinos. La identidad ucraniana se considera, dentro de este marco, una ilusión o el resultado de la propaganda extranjera.

Esta narrativa se expresó con claridad en 2014 durante la anexión de Crimea, cuando el gobierno ruso afirmó que se trataba de la recuperación de un territorio históricamente ruso. Del mismo modo se justificó el apoyo a los separatistas en Donbás y, finalmente, la invasión de 2022, presentada como la liberación de “nuestros hermanos” frente a la influencia occidental y el “nazismo”. Desde esta visión, Ucrania no se percibe como un actor legítimo, sino como un espacio sobre el cual Rusia puede ejercer control según sus propios intereses.

La historia, en esta narrativa, se reescribe y se instrumentaliza. Acontecimientos clave como la Rus de Kiev, la vida de los santos Cirilo y Metodio o la época cosaca son reinterpretados como parte de una “historia común rusa”. Los héroes ucranianos son silenciados o desacreditados, mientras que los gobernantes imperiales rusos se presentan como unificadores y protectores. Incluso hechos significativos del siglo XX, como el Holodomor, son negados o minimizados en la versión rusa, para no alterar la imagen de un pasado supuestamente unificado.

Parte de esta estrategia incluye una rusificación cultural y lingüística sistemática de los territorios bajo control ruso. El sistema educativo local se reestructura según los planes de estudio rusos, se prohíben los símbolos ucranianos, se derriban monumentos y se sustituyen por otros rusos. El espacio público se encuentra bajo vigilancia estatal para asegurar la difusión de la versión rusa de la historia y de la identidad. De este modo, se construye una realidad alternativa en la que Ucrania como nación propia nunca habría existido.

El objetivo de esta narrativa no es solo justificar acciones pasadas, sino preparar el terreno para futuras expansiones y ambiciones geopolíticas a largo plazo. Cuando Ucrania se presenta como un Estado inexistente o artificialmente creado, resulta más fácil justificar su ocupación, la rusificación de su población y la destrucción de su identidad cultural. Esta perspectiva también permite minimizar la resistencia local, presentándola como producto de la “propaganda occidental”.

Los discursos rusos sobre el “pueblo común” suelen ocultar el verdadero propósito: la centralización del poder y el control sobre territorios que Rusia históricamente ha considerado parte de su esfera de influencia. Esta narrativa no es solo una interpretación histórica alternativa, sino un instrumento activo de guerra informativa cuyo objetivo es destruir la identidad ucraniana y socavar su legitimidad internacional.

Gracias por escuchar otro episodio de la miniserie Narrativas Rusas. Si deseas comprender cómo funcionan y se difunden estas historias, síguenos también en nuestras redes sociales: TikTok, Instagram, Facebook y X.

El próximo episodio se publicará el viernes y abordará otro tema frecuente en la propaganda rusa: Occidente como agresor y mundo moralmente corrupto. ¡Te esperamos!