Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

494. Los piojitos dorados (infantil)

October 16, 2023 Juan David Betancur Fernandez Season 6 Episode 28
494. Los piojitos dorados (infantil)
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
More Info
Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda
494. Los piojitos dorados (infantil)
Oct 16, 2023 Season 6 Episode 28
Juan David Betancur Fernandez

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.

Había una vez una princesa que pese a ser princesa vivía muy triste e infeliz. Esta princesa como muchas princesas solo podía jugar con otras princesas, y como hay muy pocas princesa generalmente permanecia sola sin amigos o amigas para jugar 

 

Por eso, estra pequeña princesa tenía que lanzar completamente sola su pelota de oro al aire y volverla a coger de nuevo, cuando salía a jugar en el jardín del palacio. Pero esto le aburría.

Un día, desde el otro lado del muro llegó hasta ella el rumor de alegres risas. La princesita escuchó, y luego miró hacia la camarera que la vigilaba. Ésta se hallaba sentada en un banquillo; pero era evidente que estaba a punto de dormirse, pues el tiempo era muy caliente el bochorno de la tarde era sofocante. En este momento se cerraron los ojos de la doncella. La pequeña princesa conocía la puertecilla que había en el muro. Pero sabía también que un soldado la guardaba constantemente.

Pero, ¡oh suerte! También el soldado se había dormido un poco en su garita, a causa del bochorno. Así pudo deslizarse la princesita como un ratoncillo, sin ser vista. Con curiosidad miró calle arriba, calle abajo. Un niño y una niña estaban sentados en el bordillo de la acera, entretenidos en hacer correr barquitos de papel en un arroyo de la calle. Con las puntas de los pies descalzos o con bastoncitos de caña, desviaban los barquitos que querían deslizarse en la alcantarilla. Sin embargo, si esto sucedía, reían fuertemente los dos muchachos, al ver como se movían los  barquitos y como lo recobraban. Nunca había visto la princesa un juego tan agradable y entretenido como aquél.

-¿Puedo jugar con vosotros? -les rogó la princesita.

-Por mí... -dijo el muchacho.

-Sí, con mucho gusto -dijo la muchacha.

Entonces abrazó la princesa a la muchacha y se sentó junto a ella en el bordillo de la acera. Parecía que ahora empezaba para ella una nueva vida, y esta maravilla duró casi media hora. Hasta que de pronto se oyó gritar detrás del muro:

-¡Princesa! ¡Princesa!

Al punto se abrazaron las dos muchachas, y la princesa dijo:

-¡Qué lástima que no pueda quedarme siempre a tu lado!

Acompañada por siete doncellas, regresó de nuevo la hija del rey a palacio, y tras ella marchaba el soldado. En el palacio se llevaban las doncellas las manos a la cabeza y gemían con desconsuelo:

-¡Ha jugado con niños de la calle! ¡Desnudadla y arrojad todos los vestidos al fuego!...

Después la bañaron cuidadosamente. Pero cuando comenzaron a peinarle los cabellos, lanzó la primera doncella un fuerte grito.

-¿Qué te ocurre? -preguntó la princesa, compasiva.

-¡Terror sobre terror! -lamentó la doncella, y pidió a gritos una bandeja de oro.

Sobre ella colocó un pequeño puntito de color pardo, que se agitaba alegremente.

Luego reunió a las demás doncellas del servicio de la princesa. Todas se inclinaron sobre un diminuto animalillo, y la más vieja sentenció, llena de espanto:

-Es un piojito. Lo ha cogido de la andrajosa muchacha. ¡Al fuego con él!

Pero entonces exclamó la princesita:

-¡No es ninguna muchacha andrajosa! Es mi amiga. Y el piojillo quiero conservarlo yo. No ha de ir al fuego.

Entonces se desmayaron las siete doncellas al oír semejantes cosas. La princesa, sin embargo, se apresuró a ir con la bandeja de oro hacia la reina:

-Reina, querida madre. ¡Quieren quitarme el piojito, el regalo de mi amiga! -exclamó.

Entonces se desmayó también la reina, y se llamó apresuradamente al rey. Este se puso  a reír cuando supo de qué se trataba y dijo:

-Princesa, princesa, ¡Ese pequeño animalito muerde!

Hizo una seña a un soldado, v éste se llevó la bandeja de oro en que estaba el piojito. La princesita, entonces, comenzó a llorar amargamente,

Show Notes

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.

Había una vez una princesa que pese a ser princesa vivía muy triste e infeliz. Esta princesa como muchas princesas solo podía jugar con otras princesas, y como hay muy pocas princesa generalmente permanecia sola sin amigos o amigas para jugar 

 

Por eso, estra pequeña princesa tenía que lanzar completamente sola su pelota de oro al aire y volverla a coger de nuevo, cuando salía a jugar en el jardín del palacio. Pero esto le aburría.

Un día, desde el otro lado del muro llegó hasta ella el rumor de alegres risas. La princesita escuchó, y luego miró hacia la camarera que la vigilaba. Ésta se hallaba sentada en un banquillo; pero era evidente que estaba a punto de dormirse, pues el tiempo era muy caliente el bochorno de la tarde era sofocante. En este momento se cerraron los ojos de la doncella. La pequeña princesa conocía la puertecilla que había en el muro. Pero sabía también que un soldado la guardaba constantemente.

Pero, ¡oh suerte! También el soldado se había dormido un poco en su garita, a causa del bochorno. Así pudo deslizarse la princesita como un ratoncillo, sin ser vista. Con curiosidad miró calle arriba, calle abajo. Un niño y una niña estaban sentados en el bordillo de la acera, entretenidos en hacer correr barquitos de papel en un arroyo de la calle. Con las puntas de los pies descalzos o con bastoncitos de caña, desviaban los barquitos que querían deslizarse en la alcantarilla. Sin embargo, si esto sucedía, reían fuertemente los dos muchachos, al ver como se movían los  barquitos y como lo recobraban. Nunca había visto la princesa un juego tan agradable y entretenido como aquél.

-¿Puedo jugar con vosotros? -les rogó la princesita.

-Por mí... -dijo el muchacho.

-Sí, con mucho gusto -dijo la muchacha.

Entonces abrazó la princesa a la muchacha y se sentó junto a ella en el bordillo de la acera. Parecía que ahora empezaba para ella una nueva vida, y esta maravilla duró casi media hora. Hasta que de pronto se oyó gritar detrás del muro:

-¡Princesa! ¡Princesa!

Al punto se abrazaron las dos muchachas, y la princesa dijo:

-¡Qué lástima que no pueda quedarme siempre a tu lado!

Acompañada por siete doncellas, regresó de nuevo la hija del rey a palacio, y tras ella marchaba el soldado. En el palacio se llevaban las doncellas las manos a la cabeza y gemían con desconsuelo:

-¡Ha jugado con niños de la calle! ¡Desnudadla y arrojad todos los vestidos al fuego!...

Después la bañaron cuidadosamente. Pero cuando comenzaron a peinarle los cabellos, lanzó la primera doncella un fuerte grito.

-¿Qué te ocurre? -preguntó la princesa, compasiva.

-¡Terror sobre terror! -lamentó la doncella, y pidió a gritos una bandeja de oro.

Sobre ella colocó un pequeño puntito de color pardo, que se agitaba alegremente.

Luego reunió a las demás doncellas del servicio de la princesa. Todas se inclinaron sobre un diminuto animalillo, y la más vieja sentenció, llena de espanto:

-Es un piojito. Lo ha cogido de la andrajosa muchacha. ¡Al fuego con él!

Pero entonces exclamó la princesita:

-¡No es ninguna muchacha andrajosa! Es mi amiga. Y el piojillo quiero conservarlo yo. No ha de ir al fuego.

Entonces se desmayaron las siete doncellas al oír semejantes cosas. La princesa, sin embargo, se apresuró a ir con la bandeja de oro hacia la reina:

-Reina, querida madre. ¡Quieren quitarme el piojito, el regalo de mi amiga! -exclamó.

Entonces se desmayó también la reina, y se llamó apresuradamente al rey. Este se puso  a reír cuando supo de qué se trataba y dijo:

-Princesa, princesa, ¡Ese pequeño animalito muerde!

Hizo una seña a un soldado, v éste se llevó la bandeja de oro en que estaba el piojito. La princesita, entonces, comenzó a llorar amargamente,