Desde el día en que
conocí a Helena
puedo hablar con los
animales y las cosas.
Claro que ellos sólo
entienden el helenañol,
ya que de lo único que saben
y comprenden
es del amor que siento por
ella.
Mi perro me ha dado muchos
consejos,
lo mismo ha hecho una mesa
antigua
y una jarra de porcelana
y un libro de cuentos
y una navaja suiza
y un ratón blanco
y un balón número cinco
y un disco de Manzanero y
otro de Diana Ross.
Desde ayer no sé qué hacer
con un dolor que siento
en lo que debe ser el alma,
porque cuando le pregunté a
la jaula
si Helena me querría para
siempre,
no dijo nada,
permaneció en silencio
largo rato,
hasta que de manera extraña
abrió su puerta
y dejó escapar al ruiseñor.