Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

702 La grulla (Infantil Japón)

Juan David Betancur Fernandez Season 8 Episode 29

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com

Habia una vez En una pequeña aldea, un matrimonio anciano, humilde pero muy bondadoso.

Un día, cuando el abuelo estaba arran­cando las hierbaz del campo, oyó el tris­te quejido de una grulla en el arrozal veci­no y se acercó para ver lo que ocurría...

-¡Caramba! Parece que no puede volar...

Era una gran grulla que estaba forcejean­do para escaparse de la trampa en la que había caído.

El anciano se acercó enseguida para de­senredar el lazo que apresaba la pata del pobre animal.

-¡Pobrecita! debía de hacerte mucho daño.

Con mucho cuidado, la sacó de la tram­pa y le curó la herida de la zanca vendán­dosela con un pañuelo. La grulla no tardó en recuperar sus fuerzas.

-A ver, prueba ahora si puedes volar...

La grulla empezó a volar muy contenta, dando vueltas a su alrededor hasta desapa­recer en el firmamento azul.

El abuelo se sintió satisfecho por haber realizado una buena acción. Al volver a casa, se lo contó a su esposa que, al tener también muy buen corazón, sonrió diciendo:

-Has hecho bien en soltarla de la tram­pa, no es bueno hacer sufrir a los animales.

Después de cenar, la casa estaba en cal­ma; mientras la abuela lavaba los cacha­rros en la cocina, se oyó a alguien llamar a la puerta.

-¡Toc, toc!

-¿Quién será, tan tarde? -susurró el abuelo, levantándose y abriendo sigilosa­mente la puerta.

Afuera había una bonita niña descono­cida. La niña dijo:

-Vengo de un lugar lejano y como está nevando mucho y se me han roto los zapa­tos de paja no puedo seguir andando. Por favor déjenme pasar esta noche con us­tedes.

-Claro que puedes quedarte, faltaría más, entra y te calentarás con el fuego del fogón -dijeron los dos ancianos amable­mente.

El abuelo se apresuró a añadir leña a la chimenea para que se reanimara y después empe­zó a zurcirle los zapatos con paja de arroz; la abuela, por su parte, estaba atareada haciéndole una sopita caliente. La niña no sabía cómo agradecerles tanta bondad, huérfana de padre y madre desde su tierna infancia, nadie la había mimado así.

Al día siguiente, como todavía no para­ba de nevar, los abuelos le propusieron que se quedara a vivir con ellos que la tratarían como a su propia hija.

La niña aceptó de buen grado. Aquel día, hacia la madrugada, la chica se levan­tó y se dirigió de puntillas a la cocina para preparar el desayuno pero..., no quedaba ni un grano de arroz ni pizca de pasta de soja para la sopa.

-¿Qué puede hacer? Yo que pensaba ser un poco de ayuda para estos cariñosos vejetes...

Recorrió la casa y vio que en una de las habitaciones había un telar lleno de polvo que debió de usar la abuela cuando era joven. Pensó que cuando se levantara el abuelo le pediría que lo engrasara y podría cooperar tejiendo un poco.

El anciano no tardó en limpiar y prepa­rar el telar para que la niña pudiera uti­lizarlo.

-¡Qué bien, abuelitos! Voy a tejer tela para kimono para que la vendáis. Y di­ciendo esto entró en la habitación, no sin antes darles las «Buenas noches».

Mientras ellos estaban acostados se oía el ruido de la máquina.

-KI TON, KA RA RA. KI TON, KA RA RA.

Esperó a que se despertaran para pre­sentarles la tela que había tejido durante la noche.

-Tenga usted esta pieza de tejido abue­lito, y no la venda por menos de 100 monedas

-¡Oh! ¡Qué hermosa!

Era un tejido precioso de una seda blan­ca y brillante con el dibujo de unas grullas. Los dos se sorprendieron al verlo.

-¡Hasta ahora no habíamos visto nada igual!

El abuelo inmediatamente fue a la ciu­dad y le dieron por la tela más de 100 monedas Se sorprendió de haberla vendido tan cara. Después,