Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

728. Día 4 Novena de Navidad para niños (Infantil)

Juan David Betancur Fernandez Season 8 Episode 55

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Juan David Betancur Fernandez
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Maria y Jose habían aceptado que ellos serian los que tendrían el honor de ser los padres de el hijo de dios y todo y solo esperaban que pasaran los 9 meses para el nacimiento de aquel esperado bebe. Imagínense que María estaba tranquila en su casa, con la barriguita ya súper grande (9 meses), lista para que naciera el bebé. Ya tendría la ropita doblada y la cuna lista. Pero de repente... ¡Llegó una noticia malísima!

El Emperador de Roma (que era como el "Presidente del Mundo" en esa época) se levantó un día y dijo: —"Quiero contar a todas las personas que viven en mi reino. ¡Que todo el mundo vaya a su ciudad de origen para anotarse en una lista!" se desarrollaría un conteo general de las personas de cada una de las poblaciones (A esto le llamaban "Censo").

El problema era que José no era de Nazaret, él era de un pueblito llamado Belén. Y Belén quedaba lejísimos especialmente si maría estaba a punto de tener un bebe. Hoy en día uno se monta en el carro o en un bus y llega en un ratico. Pero en esa época... ¡tocaba irse caminando o en burro!

Imagínense el panorama: María a punto de tener bebé, las maletas, el frío... y tener que salir a caminar días y días por caminos de tierra y piedras. Cualquiera de nosotros hubiera dicho: "¡Ay no, qué pereza! Yo no voy, qué señor tan cansón ese emperador".

Pero aquí pasa algo muy curioso. El Emperador creía que él mandaba y que todo el mundo le obedecía. Él se sentía el más poderoso. Pero en todo esto estaba la mano de Dios, El emperador no sabía que, al dar esa orden, estaba ayudando a cumplir el plan de Dios.

¿Por qué? Porque los libros antiguos (las profecías) decían que el Salvador tenía que nacer en Belén. Así que, sin saberlo, ¡el emperador le estaba facilitando  a Jesús para que naciera donde tenía que nacer! Dios sabe sacar cosas buenas hasta de los problemas.

Debido a esta orden José y María armaron maletas. José, que era un esposo espectacular, preparó al burrito con mantas suaves para que María fuera lo más cómoda posible. Él iba caminando al lado, cuidándola de cada piedra del camino y el burrito sin saberlo iba llevando en su lomo a la madre el hijo enviado por Dios.

La gente que los veía pasar por la carretera solo veía a una pareja humilde, cansada y llena de polvo. Nadie los saludaba con trompetas. Pero nosotros sabemos la verdad: Esa no era una pareja cualquiera. ¡Era una procesión! María era como una carroza de oro, porque llevaba adentro al Rey del Universo. Los ángeles iban acompañándolos invisibles, haciéndoles barra en el camino.

Aunque el viaje fue duro, hacía frío y les dolían los pies, María y José no iban peleando ni renegando. Iban felices. ¿Por qué? Porque sabían que cada paso que daban los acercaba más al momento de verle la carita a Jesús. Llevaban a Dios con ellos, y cuando uno lleva a Dios, el camino se hace menos pesado.